Noam Chomsky es facha, dicen los niños airados de Twitter, y aprietan sus deditos furiosos en el teclado para hacerlo trending topic, un dudoso honor viral que equivale a tirarle abajo una estatua. Puto facha, al final, Noam Chomsky, quién nos lo iba a decir: referente de la izquierda mundial, intelectual, anarcosindicalista, lingüista prestigiosísimo, agnóstico, antiglobalización, un miura verbal contra el capitalismo y contra EEUU, su máximo exponente, al que llama “Estado terrorista y canalla” de “lógica mafiosa”.
Toda la vida le han llovido piedras por radical, a Chomsky, pero su subversión resulta no ser suficiente para tu primo el posmoderno, que te monta el chiringo de la disidencia en un hilo sin fundamento, a golpe de meme y eslogan zafio, como si la disidencia no hubiese que racionalizarla -“en España, de diez cabezas, nueve embisten y una piensa”, lo adelantaba Machado, ya saben ustedes: un equidistante, un extremocentrista, otro facha-.
El progre de nuevo cuño que campa en internet -en su barrio no le conoce ni dios- se ha enfadado porque Chomsky ha criticado en un manifiesto -con mis adoradas Margaret Atwood y Gloria Steinem, entre otros- la deriva censora de la izquierda -la de la derecha también, ha dicho, pero esa era más clásica y previsible-.
El chaval de la pataleta está haciendo su parte: se ha puesto “antifa” en la biografía de Twitter y se pasa el día pelándosela entre canuto y canuto. Al tercer café le da por lidiar un linchamiento virtual -también llamado “activismo”-, y a la noche, derrotado, se pide un Glovo y se pone una de Netflix para desconectar, porque la revolución virtual también te deja seco. “Mañana será otro día. La invasión recomenzará”, que decía Goytisolo. Vaya facha.
La verdadera izquierda, claro, es ese espécimen hipócrita que un día sube una foto en negro a Instagram y escribe "Black lives matter" pero al día siguiente cruza la acera para no toparse con un pakistaní que tiene muy mala pinta. El que cita la paradoja de Popper y mañana le habla mal al camarero. El que le da a "enviar" a un tuit como quien lanza una sentencia firme: ahí su izquierda pulcra y excluyente donde nadie es lo bastante rebelde -excepto él-, irascible hasta el coñazo, hasta la pérdida completa del matiz, de la capacidad de escucha activa y, lo peor, del sentido del humor. Le dan la razón a Chomsky cuando lo “cancelan” por decir algo molesto: es la nueva izquierda del veto.
Una izquierda amargadilla que le mira el diente al caballo regalado, incapaz de celebrar sus propios éxitos y de reconocer a sus voces más prestigiosas. Porque el prestigio -que Chomsky se ganó estudiando, proponiendo, incomodando y siendo brillante durante 91 años, uno a uno- también es un delito. El prestigio te convierte en establishment y a ver cómo te quitas tú la cruz esa.
Yo no sé a qué clase de marginalidad nos obliga esta piara, a qué tipo de pobreza, a qué tipo de pureza, a qué tipo de ostracismo. Sólo sé que una izquierda sin referentes es una izquierda cutre y mediocre, demasiado soberbia para escuchar a los buenos. Demasiado charlatana para cesar con su verborrea ombliguista un rato y aprender. Una izquierda llorica y permanentemente herida -si tiene más razón Chomsky que un santo- que no entiende, como Paglia, que “un discurso ofensivo en democracia debe contradecirse con otro más ofensivo aún”, no castrándolo ni montando campañas de despidos para el que saca los pies del tiesto. Es una izquierda acomplejadilla y pueril: qué mona.
A Chomsky le dicen facha estos tarados de las redes y a mí se me caen los palos del sombrajo, se me vuela la peluca, los ojos me lloran sangre como a las vírgenes de Cuarto Milenio. Facha. Facha. Qué sencillo, a pesar de todo, resumir las prolijas aportaciones de este hombre de 91 años. Toda su obra. Todo su discurso. Facha. Para el New York Times es el pensador más importante de la contemporaneidad, pero, bueno, ¿quién carajo es el New York Times? Son influyentes, tienen un altavoz privilegiado… Fachas también. Más vale siempre gritar desde las cavernas.
Esto no va de comprar el discurso de Chomsky en bloque, esto no va de mitomanías, claro que no: participar del debate y discrepar es hermoso y oxigenador. Esto va de respetar, con un poco de humildad, a los que han dedicado su vida a escribir, decir y estudiar tanto útil. Va de recordar que mientras él escupía en el rostro de la guerra de Vietnam, mientras traicionaba la tradición intelectual porque lo que consideraba servilismo hacia el poder, mientras montaba un pollo en su propia universidad por razones políticas, mientras apelaba a la responsabilidad del mundo académico para contradecir las hegemonías, la mayoría de los que hoy le critican ni siquiera habían nacido. Algunos sólo se chupaban el dedo.
Dad gracias, amnésicos, que no se os caen los anillos. Dad gracias a que Chomsky existió -y aún existe, con cada vez menos tiempo- para asentar con inteligencia y erudición muchas de las bases de la vida digna que vosotros queréis y no sabéis defender hoy día.