Hoy es 10 de agosto, el epicentro del verano: al menos metafóricamente. Ese día (del año 258) quemaron a San Lorenzo en la parrilla como a un asado humano, convirtiéndose así en el patrón de los futuros bañistas, que van a la playa a asarse. Quevedo lo adelantó milagrosamente en un soneto en el que aprecia el placer de la operación: “Arde Lorenzo y goza en las parrillas...”. Con el tiempo se le empezó a llamar Lorenzo al mismísimo sol, que siempre está asándose.
Yo sigo en mi veraneo costasoleño, con el mar en el ventanal prestado. Es una mascota inmensa, reconfortante. No me acostumbro a que esté siempre ahí. A veces me descuido y cuando lo veo de nuevo, por ejemplo desde el salón, me llevo una sorpresa. Son muchas a lo largo del día, como estar en ese estado poético que descubre la maravilla cotidiana. Me advino un pensamiento: hay que tener amor, pero a falta de amor hay que tener mar; solo el mar puede paliar esa falta.
Para ver a los bañistas tengo que bajar, mi ventanal da al mar pero no a la arena. Es el verano de la mascarilla, la distancia social, el hidrogel y el miedo, pero creo que se apelotonan como todos los veranos. En algunos la procesión irá por dentro, pero es desde fuera desde donde se percibe la carcasa. Más versos proféticos. Los de Octavio Paz: “Hay turistas también en esta playa, / hay la muerte en bikini y alhajada”. Los de Pere Gimferrer: “mientras en una bocanada ardiente / la muerte ocupa un puesto bajo los parasoles”.
Puede que por compensación o por venganza, noto una explosión del topless. Que lo que se lleven los gusanos sea glorioso: esta es la ética elemental de la carne. Hacía tiempo que no había tantas tetas al sol, y se merecerían más que Lorenzo que las pintase Tiziano. En el agua golpetean en ellas las olas, como en la “bunda” de la “menina preta de biquini amarelo” de Caetano Veloso (que cumplió setenta y ocho años el viernes).
Un 10 de agosto (de 1557) fue también la batalla de San Quintín, que ganó Felipe II. En honor de aquel día de San Lorenzo se construyó El Escorial, cuya primera piedra se colocó un 23 de abril (de 1563), fiesta de San Jorge y futuro Día del Libro. Lo leo en un libro apasionante, Arquitectura y magia, de René Taylor, donde se dice además que el monasterio está orientado hacia la puesta de sol del 10 de agosto. O sea, la de esta tarde: aunque la puesta la tapan las montañas.
Al pensar en esa parrilla de granito, me acuerdo de lo que Iñaki Uriarte (según me contó Txani Rodríguez) dijo de cierto escritor: que escribía bien pero le quedaba “poner toda la carne en el asador”. Ese puede ser un buen propósito para este día, puesto que la carne ya la tenemos y el asador también.