En la General Estoria, elaborada a instancias de Alfonso X, aparece expuesta la concepción del mundo -del orbe conocido- tal cual era representado en el siglo XIII (el siglo de la plenitud medieval, “de las luces”, según le llamó Le Goff).El rey Sabio dice así: “Sabida cosa es por razón y por naturaleza, y los sabios así lo mostraron por sus libros, que como el mundo es hecho redondo que de igual manera es redonda la tierra; y los sabios de este modo, pues sabiendo las proporciones de ella y su asentamiento, la dividieron en tres partes y a las tres partes le pusieron estos tres nombres: Asia, Europa y África” (General Estoria, Lib. II, XXIII).
Los límites del mundo antiguo y medieval, pues, estaban determinados por la concepción pliniano-ptolemaíca, que expone ahí Alfonso X, y que fija como extremo occidental a las llamadas columnas de Hércules, levantadas, según el relato mitológico, por el hijo de Zeus en los promontorios de Abila y Calpe. Las columnas de Hércules, el omphalos en Delfos, el finis terrae en Galicia, la propia dualidad oriente/occidente son nociones que hablan de una masa continental tripartita (Europa, Asia, África), con un volumen de agua mediterránea interior, y cerrada para la navegación hacia el océano exterior por la divisa “non plus ultra”. Dante, en el Infierno, lo sabía muy bien:
“Éramos ya todos viejos y tardos
cuando por fin llegamos todos al estrecho
donde Hércules montó sus dos resguardos,
fijando el “non plus ultra” cual derecho”
(Dante, Divina Comedia, Infierno, XXVI, 106-109)
El caso es que la teoría de la esfera, esto es la geometría de Eratóstenes, va a proporcionar una vía de salida, como posibilidad geográficateórica, de ese encierro medieval, de tal modo que tanto Portugal, hacia el sur, como Castilla hacia el occidente, van a extender su acción imperial y apostólica, desbordando el “non plus ultra” gracias a la práctica de las técnicas náuticas. La geometría de Eratóstenes ofrecía así una salida a esa “ratonera” en la que estaba encerrado el Occidente como consecuencia del expansionismo turco, sobre todo, a partir de la toma de Constantinopla en 1453, y que rompía la unidad ecuménica cristiana. La teoría de la esfera invitaba a navegar hacia el Occidente, más allá de las columnas de Hércules, para llegar al Oriente, eludiendo, sorteando, así, el socavón que significaba el Turco dominando la cuenca del mediterráneo oriental.
La divisa, plus ultra, se convertirá, pues, en todo el programa global, esférico, de penetración oceánica, más allá de las columnas de Hércules, más allá del ámbito mediterráneo, para tratar de restaurar dicha unidad ecuménica cristiana, rota por el Turco, y, de este modo, ahogar el expansionismo islámico que se extendía imparable por el Oriente, y que amenazaba al Occidente. La geometría esférica venía así al rescate del apostolado cristiano, frente a la yihad musulmana, ofreciendo una salida por el occidente que, en cualquier caso, comportaba engolfarse en la mar océano, en el mar “tenebroso”, con todo lo que ello implicaba.
La consecuencia de ello es el mundo “moderno”, un nuevo mundo que surge a partir del descubrimiento, con el desarrollo de la náutica y la cartografía renacentistas, del continente americano y de los tres océanos interpuestos, Atlántico, Índico y Pacífico, cuya existencia y medida eran desconocidos hasta ese momento.
Y será, precisamente, con la vuelta de Magallanes y Elcano cuando las verdaderas dimensiones del orbe, hasta ese momento totalmente especulativas, queden fijadas y ceñidas por la nueva cosmografía derivada de ese viaje (si me permite el lector, he escrito un libro al respecto titulado El orbe a sus pies, editorial Ariel, 2019). Los mapas, sobre todo de Toreno y de Diego Ribero, serán el fruto cartográfico de la acción náutica llevada adelante por Magallanes, que es el artífice indiscutible de la expedición, y Elcano, que la culmina con éxito (sin la acción tan audaz de Elcano, la expedición hubiera sido un fracaso).
Es por eso que podríamos hablar con Hegel, para referirnos a aquel 6 de septiembre de 1522, en el que la nao Victoria entra en el puerto de Sevilla después de dar la vuelta al mundo, del “bello día de la universalidad, que irrumpe al fin, después de la luenga y pavorosa noche de la Edad Media” (Hegel, Lecciones sobre la Filosofía de la Historia Universal, Alianza Editorial, p. 652).
Ese día, en efecto, marca el inicio de la edad moderna, dejando atrás esa concepción pliniana- ptolemaica, tripartita, que se derrumba cuando la proa de la nao Victoria remonta el Guadalquivir, y los 18 tripulantes, agotados y astrosos, desembarcan en la ciudad andaluza.
El domingo se cumplirá el 498 aniversario de ese día, del bello día de la universalidad.