Es domingo. María y Juan quieren ir a ver Tenet, lo último de Christopher Nolan, pero no se ponen de acuerdo. Él teme que una mafia aproveche su ausencia para ocupar el piso que comparten, así que propone ir por turnos: ella a la primera sesión, y él a la siguiente. María se indigna: la ocupación no es un problema real, sino una exageración interesada de la derecha (¡no había necesidad de poner la dichosa alarma!), pero Juan no escucha: está absorto viendo en Youtube una intervención de Desokupa.
En todo caso, María se niega a ir sola: esta semana ha leído que un 53,7% de mujeres españolas han sufrido algún tipo de violencia machista, y no quiere ser la siguiente. Juan la remite al asterisco aclaratorio que acompaña el titular: "Incluye a todas las violencias medidas, desde una mirada lasciva a una violación", pero María sigue en sus trece. Al final deciden quedarse en casa y ahorrarse la película; total, no hay quien la entienda.
España ya no se divide entre rojos y azules, sino entre Juanes y Marías: dime lo que temes y te diré quién eres. Una sociedad se define por sus miedos, por eso conviene identificar los temas que están hipertrofiados en nuestra discusión pública y calcifican como dogmas en sus respectivas tribus. La violencia machista y la ocupación son, evidentemente, cuestiones serias, pero no encarnan el problema social que sus respectivos delegados insisten en denunciar.
Exagerar un riesgo es otra forma de ignorarlo, y por lo tanto de desprotegerse ante él. Tomarse algo en serio implica acotarlo, definir con seriedad sus contornos y asumir que reconocer su limitada incidencia no equivale a minimizar su gravedad: el virus del Ébola sigue siendo más grave que el Covid, pero no es un problema de salud pública en España.
Propagar el miedo a una amenaza irreal tiene consecuencias reales. A nivel normativo, existe el riesgo de legislar para un país apócrifo; y a nivel social, el de motivar una batería de emociones públicas indeseables y potencialmente desestabilizadoras.
Nuestros políticos no están dando buen ejemplo, pues en lugar de templar los ánimos, aportando datos y racionalidad al debate público, han optado por apretar las filas de la tribu. Así, la diputada del Partido Popular Beatriz Fanjul escribía: "En España sale más barato ocupar una casa que mirar a una chica". Seguro que existe un Tweet en sentido contrario, invocando que el Estado es más benévolo con el violador que con el okupa.
Desde ambos lados, se desincentiva el pensamiento crítico y se propicia la reacción emocional, primaria y tribal, desde la que es imposible forjar ningún consenso. Como dice Lady Macduff en Macbeth: "Nuestros miedos nos hacen traidores".
Si consideramos violencia machista las bromas o las miradas, pronto se registrarán como ocupación los timbrazos del cartero comercial. Pero la exageración es consecuencia de la falsa creencia de que ensanchando la definición de violencia machista se protege a las mujeres. Tampoco es adecuado extender el miedo a la ocupación sin entrar a valorar la diferencia entre los delitos de allanamiento y usurpación.
La verdad es la savia de la democracia, por eso es importante cuidar la relación que guardamos con ella. Porque a la sombra de las exageraciones están los problemas reales, los que de vez en cuando asoman para demostrar que las cuestiones de Estado no las determinan las urgencias ciudadanas, sino las modas ideológicas. O lo que es lo mismo: el más nauseabundo oportunismo.