Yo he defendido que Ciudadanos busque un pacto con el PSOE para la aprobación de los Presupuestos Generales del Estado.
Ea, lo reconozco.
Lo he defendido en la creencia de que las opciones reales a día de hoy no son la de A) el derrocamiento de Pedro Sánchez –algo imposible no sólo aritmética sino también políticamente– o B) la de su perpetuación en el poder gracias al apoyo de Inés Arrimadas, sino la de A) unos Presupuestos pactados con los nacionalistas y los populistas o B) la de unos Presupuestos pactados con Ciudadanos.
En realidad, el mecanismo es sencillo. Es el mismo que te lleva a concluir que tus opciones reales al entrar en un concesionario no son A) la un Ferrari Monza SP2 o la de B) un Renault Clio, sino aquellas que te puedes permitir en la práctica. Quizá algo un poco más digno que un Renault Clio, pero en cualquier caso bastante menos fabuloso que un Ferrari Monza SP2.
Para llegar hasta ese punto me he visto obligado a reprimir mi instinto, de natural desconfiado en lo tocante al PSOE y con especial intensidad en lo tocante a Pedro Sánchez. Es decir, racionalizar la cosa hasta que la conclusión final ha resultado difícil de distinguir de la irracionalidad: para superar la crisis es necesario garantizar la permanencia en el poder de quien la ha provocado en primera instancia.
Absurdo, ¿cierto? Pues la alternativa es peor: garantizar la permanencia en el poder de quien ha provocado la crisis, sin siquiera darle la oportunidad a los españoles de salir de ella.
Cuando hablé el pasado viernes con Cayetana Álvarez de Toledo a cuenta del artículo publicado por EL ESPAÑOL sobre su nuevo canal de YouTube, ella mostró una confianza rocosa, que yo no comparto, en la idea de que la política puede llegar a ser algo bastante mejor de lo que es. Cuando le conté que alguien en el PP había calificado su empeño de "cruzada" me respondió:
—¿Una cruzada? Pues claro que sí. Una cruzada por la regeneración de la política.
"Tú eres un pesimista" me dijo cuando esgrimí las cicatrices con las que los regeneracionistas suelen salir de la política. Ya van dos o tres veces que me lo dice. Supongo que tiene razón.
Pero un pesimista no es más que un optimista con datos. Es decir, un realista. Dice el pensamiento blando que si todos fuésemos realistas y no existieran los idealistas, la humanidad no habría salido de las cuevas. Menuda idiotez. A la Luna nos llevaron los realistas extremos del cálculo parabólico, no los soñadores que fantaseaban con megalópolis a lo Flash Gordon en los anillos de Saturno.
[¿Han visto el panel de mandos del Apolo 11? Nadie con dos dedos de frente se mete ahí dentro, en ese submarino de bolsillo propulsado por 770.000 litros de combustible RP-1 y 204.000 de oxígeno líquido, con la única garantía de los sueños del idealista de turno].
Que un acuerdo entre PSOE y Ciudadanos sea sólo la menos mala de las opciones malas –una opinión que, me jugaría algo, es también compartida por Inés Arrimadas– no quiere decir que deba llegar libre de hipotecas. La primera de ellas, la renuncia del PSOE a pactar con el nacionalismo. La segunda, un programa de Gobierno para los próximos dos años que se parezca más a Europa que a Caracas. La tercera, el arrinconamiento de Podemos.
A estas alturas de las negociaciones, parece obvio que no se va a dar ninguna de las tres opciones. La reforma del delito de sedición, una medida cuyo único objetivo es sacar de la cárcel a la aristocracia nacionalista que se alzó contra la democracia en 2017, es un obvio, casi infantil, intento de forzar la ruptura con Ciudadanos.
Sólo hay que comparar el mimo con el que Pedro Sánchez trata a los terroristas de ETA, a los que da el pésame incluso cuando se suicidan, con el desprecio rayano en el sadismo con que el presidente trata a Ciudadanos. Hasta eso daba por descontado yo. Si en algo tenemos cuajo los españoles es en nuestra tolerancia al maltrato.
El alejamiento de ERC y PSOE siempre fue, por su parte, una escenificación dirigida al consumo interno de ambos partidos. El postureo les ha durado un corte de pelo. Pero los cuatro votos de los disidentes de JxCAT, que Sánchez ya puede dar casi por garantizados, podrían hacer incluso innecesarios los votos de ambos. En cualquier caso, devalúan hasta la nada el peso de los votos de Ciudadanos.
Por suerte para Sánchez, voluntarios para el desguace del Estado de derecho no le van a faltar.
En cuanto a Ciudadanos, sólo queda señalar una obviedad. Sus opciones realistas a día de hoy no son las de hace un mes o dos. Es decir, la de A) unos Presupuestos pactados con los nacionalistas y los populistas o B) la de unos Presupuestos pactados con Ciudadanos.
Sus opciones realistas hoy son la de A) unos Presupuestos pactados con los nacionalistas y los populistas, acompañados por diversas medidas de gracia de todo tipo hacia esos nacionalistas y populistas, y la de B) unos Presupuestos pactados con los nacionalistas, los populistas y Ciudadanos, acompañados por diversas medidas de gracia de todo tipo hacia esos nacionalistas y populistas, y de humillaciones sin cuento a Ciudadanos.
Creo que ya lo he escrito antes. A Sánchez sólo se le recuerdan dos grandes derrotas políticas. Frente a su propio partido, en 2016, y frente a ERC, en 2019. Ambas implicaron traiciones de uno u otro tipo. Un observador imparcial diría que ese es el único lenguaje que ha parecido entender el presidente a lo largo de su carrera política. El único acuerdo que ha honrado.
No sé si la política puede ser mejor de lo que es. Pero de lo que sí estoy convencido es de que Pedro Sánchez no será jamás mejor de lo que es hoy. De lo que ha sido siempre.
A veces es mejor un buen caos que un mal cesarismo. Roma no pagaba a traidores, pero España jamás ha pagado a leales. Y en eso, Pedro Sánchez se ha revelado como el más español de los españoles.