Como esos villanos de las películas de Hitchcock que esconden las pruebas del delito en el lugar más visible del salón para que nadie repare en ellas, Sánchez ha expuesto a la vista de todos los españoles su plan para la futura democracia asintomática de la España de la Nueva Normalidad. Esta vez, y aunque nada importe ya, nadie le podrá acusar de haber mentido. Sólo hay que seguir las migas: Podemos, ERC, EH Bildu, Abogacía, Fiscalía, CIS, Consejo General del Poder Judicial y Felipe VI.
Nadie se hará rico en Betfair con Pedro Sánchez. Apostar por la posibilidad de que el presidente no cruce mañana las líneas rojas de ayer es el camino más recto a la ruina que puede seguir un español. Como dice Juan Carlos Girauta, lo que hace un año parecía inconcebible es hoy posible y dentro de seis meses parecerá no sólo aceptable sino también necesario. Incluido, por supuesto, el indulto, quizá la amnistía, de una elite de funcionarios regionales de ultraderecha alzados contra la democracia.
Y si pongo "alzados" en presente y no en pasado es porque ahí sigue esa elite, en La Catedral de Lledoners, con sus privilegios de narco con barretina, en pie de guerra contra la civilización, sugiriéndole al ministro de Justicia que se meta los indultos por el culo. De ahí que el Congreso adoptara este miércoles durante unos segundos la forma de un inmenso WC cuando el ministro exhibió dichos indultos sin que ningún diputado osara preguntarle –por si acaso respondía– de dónde se los había sacado.
Tramitar indultos, ¿para qué?https://t.co/5p09yplTvv
— goslum (...) (@goslum) September 23, 2020
Pero la jugada va más allá, mucho más allá, de una graciosa concesión a esos que miran la Constitución como los talibanes miraban los Budas de Bamiyán. Porque firmar los indultos de los golpistas del procés será lo último que haga Felipe VI antes de la caída de la monarquía a niveles de aprobación ciudadana similares a los de Arnaldo Otegi. El del Rey será un acto debido que no perdonará ni un solo demócrata español y que acabará siendo leído como la traición final del Estado a la Nación. Al tiempo.
¿Se atreverá Pedro Sánchez a otorgar esos indultos? La pregunta ofende. Hará lo que sea necesario para perpetuarse en el poder. Reformar el delito de sedición, indultar a los condenados o una ley de amnistia. ¡Como si Sánchez necesitara mayores incentivos para hacer lo incorrecto! En este caso, sin embargo, tiene dos. Asegurarse el apoyo del nacionalismo y desahuciar a Felipe VI. Sacar a los presos de la cárcel, en fin, será para Sánchez tan tentador como una fuente de langostinos para un sindicalista de UGT.
No será la primera vez que en España se indulta a golpistas y que ese indulto es firmado por el Jefe del Estado. Antonio Tejero no fue indultado, a pesar de la petición de la Archicofradía de la Celeste, Real y Militar Orden de Nuestra Señora de la Merced. Pero sí lo fue Alfonso Armada, por decisión del Gobierno de Felipe González, en 1988. Y Juan Carlos I firmó ese indulto, como era preceptivo. Le avalaba su comparecencia pública, vestido de militar, la noche del 23-F.
La diferencia entre el indulto de Armada decidido por el PSOE y el posible futuro indulto de los alzados contra la democracia del procés es obvia para cualquiera que vaya sólo un paso más allá de la literalidad de estos magnánimos gestos de gracia. Más propios, por cierto, de un señor feudal que de una democracia moderna. El indulto de Armada, combinado con la denegación del indulto a Tejero, fue interpretado por los españoles como un "han perdido".
Es decir, como la derrota final del franquismo, humillado por el perdón de la democracia.
Pero el indulto de Junqueras y del resto de condenados del procés será interpretado por los españoles como un "han ganado". Es decir, como el retorno del franquismo, encarnado hoy en los nacionalismos y en el populismo de Podemos. Y de ahí el precipicio al que se asoma Felipe VI. El de la Corona, garante de la unidad y la continuidad histórica de España, abriendo las puertas de la democracia constitucional surgida del pacto del 78 al caballo de Troya construido por sus principales enemigos.
Como si estos 40 años de democracia no hubieran existido jamás. Volvemos al 78, pero no para una segunda Transición, sino para borrar todos los pasos andados y rehacer la primera al mando de aquellos que nunca la quisieron. Los que abogaban, tanto a derecha como a izquierda, por que España volviera, en 1978, al punto exacto en que Francisco Franco y el Frente Popular la dejaron en 1936.
Por suerte para todos, esos irresponsables fueron arrinconados en 1978. Hoy parecen tener mando en plaza y estar dispuestos a reescribir la historia con un final infeliz. Próxima estación: Felipe VI.