Tengo la percepción de que los españoles hemos pasado del estado de alarma al estado de ansiedad. Después de tres meses de confinamiento domiciliario, pacientemente soportado, y dos meses de tregua, se ha establecido una creciente sensación de incertidumbre e inquietud. Según el diccionario de la Real Academia de la Lengua Española, ansiedad es un “estado de agitación, inquietud o zozobra de ánimo”.
A este estado general de zozobra, ocasionado por una inesperada pandemia, se une una enconada lucha por parte de Moncloa contra el gobierno de la Comunidad de Madrid. Sánchez intenta endosar a Ayuso los desaciertos que muchos españoles observamos en los meses anteriores a la gestión sanitaria del equipo encargado (Illa, Simón) de gestionar una crisis de dimensiones desconocidas.
En el fondo de la polémica sobre el posible confinamiento de toda la provincia de Madrid se encuentra la obsesión de la izquierda por recuperar el gobierno de Madrid después de casi treinta años de mayoría del centro derecha. Madrid, a pesar de haber padecido dos presidencias desastrosas (Ignacio González y Cristina Cifuentes) continúa votando mayoritariamente al centro derecha y eso es algo insoportable para el PSOE y la extrema izquierda. Por ello, han visto en la gestión de Ayuso la oportunidad de excitar a la opinión aprovechando el estado de ansiedad que se alimenta desde el gobierno Sánchez-Iglesias.
A la pandemia se une la cruel acción del gobierno de Sánchez al someter a la opinión pública a sesiones de luz de gas como relató el genial cineasta Georges Cukor en aquella película protagonizada por Charles Boyer e Ingrid Bergman. Un marido delincuente somete a su esposa a un estado de ansiedad, que raya en la locura, con la administración constante de apagones o disminuciones de luz que, el marido afirma, sólo ella percibe. Un estupendo Joseph Cotten salva finalmente a la bella Ingrid Bergman desvelando las maniobras del malvado marido.
En el plazo de una semana, desde el gobierno de Sánchez se nos anuncia el indulto de los golpistas, el veto a Felipe VI para que asista a Barcelona y después un ministro del Gobierno acusa de incumplimiento constitucional al Rey. Es decir, el agredido es tildado de agresor por una mera llamada de cortesía al presidente del CGPJ.
El episodio de la semana pasada del presidente del Gobierno de vetar la presencia en Barcelona de S. M. el Rey en la entrega de despachos a los nuevos jueces es una muestra de la crisis de régimen que padecemos como consecuencia de la invasión del Ejecutivo en todos los ámbitos, públicos y privados, de nuestra existencia.
El historiador canario Miguel Ángel Aguilar Rancel ya advirtió en su revelador libro Juan Carlos Rex: la monarquía prosaica (2006) que el hecho de la ascensión, en todos los sentidos, del presidente del Gobierno y la disminución protocolaria de S. M. llevaba a la percepción de una equiparación de poderes, a una confusión de los ámbitos de representación y simbólicos del monarca y del presidente.
Por si todo esto fuera poco, ayer mismo nos desayunamos con una apelación a la “ruptura constitucional” del expresidente Torra y una información sobre la Kitchen del PP de Mariano Rajoy en el que desfilan, según el policía corrupto Villarejo, “la Cospe” y “la enana, introduciendo en el Congreso material electrónico y pagando con facturas chungas”, por no señalar los epítetos irreproducibles dedicados al “Barbas”.
Al igual que el marido delincuente interpretado por Charles Boyer, en Moncloa alguien nos hace a todos los españoles luz de gas dosificando la información de modo que el PP quede en estado de shock, se diluya la posibilidad de una nueva mayoría parlamentaria de centro derecha, caiga el gobierno de Madrid y volvamos a un estatus político similar al de 1982: PSOE para otros diez años.
Este es el camino elegido por Moncloa. Un estado de ansiedad generalizado que amenaza con evolucionar hacia un estado de temor que posibilite resignación, sometimiento y pasividad de los ciudadanos. Esperemos que surja un Joseph Cotten español que nos libere del cruel manipulador de la luz de gas a la que nos viene sometiendo el gobierno de Sánchez desde hace meses.