En la pasada moción de censura, de 2017, de Pablo Iglesias contra el presidente Rajoy, una luz se encendió en la cabeza de Pedro Sánchez: era posible derrotar al PP en una moción presentada por el PSOE.
En efecto, los 82 votos favorables acumulados de Iglesias fueron neutralizados por las 97 abstenciones lideradas por el PSOE. Era evidente que la suma de votos de Podemos y las abstenciones daban una mayoría suficiente como para jubilar a Rajoy. Dado que el PP no retiraba a Rajoy, los exvotantes del PP habíamos extremado la debilidad del inquilino de la Moncloa.
Sólo había que esperar una coyuntura favorable, una percha, en la que colgar la iniciativa de la moción para terminar con el gobierno de Rajoy. Sánchez pensó que hacía falta un tiempo para cerrar acuerdos y esperar un titular de prensa o escándalo, de los muchos que padecía el Ejecutivo de Rajoy, que justificara (como así lo previene el Reglamento del Congreso) una nueva moción de censura. Una moción que se sabía ganadora desde el inicio. Sánchez ganó la moción en 2018.
Volviendo a la moción de Pablo Iglesias de 2017,l resulta llamativo que, a diferencia de estos días, en ningún caso se produjo un debate previo sobre el sentido del voto del PSOE a favor o en contra de Podemos. Nadie pensó que fuera posible votar sí. Entre otras cosas porque el PSOE hubiera hecho presidente del Gobierno a Iglesias con 179 votos a favor (la suma de 82 y 97). El portavoz del PSOE desde la tribuna, José Luis Ábalos, justificó el voto señalando que les unían muchas cosas con Podemos y que “abstenerse no es tan grave”.
La moción de censura es un plato amargo para el presidente del Gobierno, porque durante un amplio espacio de tiempo se ve obligado a escuchar las razones (normalmente justificadas) de una censura-reprobación. El presidente está acostumbrado a torear el control del Congreso y la moción, aunque no triunfe, supone un revolcón durante el debate. El presidente no tiene la tribuna para prédicas de soliloquio en ruedas de prensa controladas o entrevistas de televisión con un periodista entregado, cuando no cómplice.
Para diluir y dividir a la oposición de centro derecha en el Congreso, las terminales mediáticas del PSOE y el Gobierno se han dedicado a centrar el tema de la moción de censura en el sentido del voto del PP. Se trata de una celada, pues intentan convertir la moción contra el gobierno de extrema izquierda que padecemos en un dilema y en un enfrentamiento entre Vox y el PP.
La alternativa al gobierno actual es una nueva mayoría parlamentaria que pasa por un entendimiento de todo el espectro del centro y la derecha española. Salvadas las distancias, en 1933, el Partido Radical Republicano de Lerroux, ante el desastre de un político sectario y destructivo como Manuel Azaña, decidió aliarse en una nueva mayoría con la CEDA (las derechas de toda España coaligadas). La demonización de la CEDA por la izquierda trajo consecuencias dramáticas, como por ejemplo la revolución antirrepublicana de 1934, cuando la CEDA era una coalición que había apostado por contrarreformas dentro de la legalidad constitucional de 1931.
Se da la circunstancia de que el gobierno de Pedro Sánchez, coaligado con un partido antisistema como es Podemos, acusa de antisistema al PP en sede parlamentaria; tanto el PSOE como sus terminales mediáticas exigen que el PP participe de la demonización de Vox. Así, ayer el editorial de un diario de Madrid pedía: "Casado debería mostrar un claro rechazo a los planes de Vox para España". A lo cual se debe responder, con mucha más razón y peligro, que "Pedro Sánchez debería mostrar un claro rechazo a los planes de Podemos para España".
Vox no es antisistema y por lo tanto (a diferencia de Podemos) no es extremo de nada; es otra derecha. Una derecha con la que el PP ya cuenta en numerosos gobiernos locales y regionales y con la que habrá que llegar a acuerdos en una nueva mayoría parlamentaria.
Habida cuenta del precedente de 2017, la abstención en la moción de esta semana sería copiar el sentido del voto del PSOE en la candidatura de Iglesias Turrión: "no es tan grave". Por tanto, se trata de ganar el debate, de censurar a este gobierno de extrema izquierda que amenaza con finiquitar la independencia judicial y unirse a la petición de elecciones anticipadas. A diferencia de 2017, dado el número de votos, no hay riesgo de elegir a un nuevo presidente del Gobierno.
El mayor error de Casado sería sumarse al frente demonizador de Vox (un presente y futuro aliado constitucional) que lideran Sánchez, Podemos y demás separatistas. Aceptar el dilema al que quiere conducir Sánchez al PP por las dudas de alianza del PP con Vox, un partido constitucional, cuando Sánchez se ha coaligado con un partido antisistema, Podemos, es caer en una trampa para elefantes.