Pasará la pandemia, quedarán los muertos y los pobres, y quizás lleguen otras, y hasta puede que las afrontemos mejor. Hay situaciones que tienen vuelta atrás. La muerte no, generaciones sumidas en la ignorancia, tampoco. Y lo descorazonador es que serán esas a las que les tocará gestionar lo que venga, sea lo que sea.
La Ley Celáa ha seguido su inexorable trámite parlamentario y se aprobará sólo un poco más empeorada que el texto inicial. Sin consenso y sin consultas, pero con la tranquilidad de las mareas verdes silentes, a resguardo y perfectamente domesticadas.
Una ley impuesta en el peor momento por esa señora que se va a Bilbao en pleno estado de alarma en Madrid “porque es su casa y porque le da la gana”, faltaría más. Y ese “porque le da la gana” da el tono exacto de lo que es su ley: el rodillo, la perfecta continuación de todas y cada una de las leyes educativas socialistas y un escalón más hacia una masa tan titulada como domesticada.
La ley vigente –la Ley Wert- ha sido otro de los intentos fallidos del PP de llevar adelante una ley educativa propia. Siete leyes en Democracia. Dos, de UCD. Cuatro del PSOE, una del PP que no llegó a aplicarse y otra del PP que se ha fingido que se aplicaba. A todos los efectos pues, el PSOE es el responsable del modelo educativo actual y de su progresiva degradación.
¿Por qué las prisas? Para desmontar lo antes posible las tímidas reformas que se le permitieron a la Ley Wert y acabar de dinamitar cualquier reducto que quedase de todo aquello, como el esfuerzo o la excelencia.
Y así, si ahora se puede obtener el título de la ESO con dos suspensos y se debe haber aprobado todo para el de Bachiller, la nueva ley prevé que la decisión de dar un título u otro “no quedará supeditada a la existencia de materias sin superar”. Obtener por tanto, los títulos de ambos ciclos dependerá de criterios tan subjetivos, ambiguos y evanescentes como la “madurez académica” o “la capacidad del alumnado para aprender por sí mismo y para trabajar en equipo”.
La unidad curricular salta por los aires. Y si antes había unos contenidos mínimos para todos los alumnos de España, ahora de obligatorios pasan a orientativos. Para que lo entiendan, si los contenidos actuales ya pecan de provincianos y en según qué lugares la orientación de determinadas materias es más propaganda que otra cosa, a partir de ahora los temas que puedan molestar al gobierno de la taifa que corresponda, se eliminan y ya.
No se extrañen si sus hijos sostienen que la Tierra es plana o que las pirámides las construyeron extraterrestres. Eliminados los contenidos molestos y puestos a competir las lecciones de los profesores con los post de Instagram, no tengan la menor duda de quién ganará la partida.
Mejorarán los resultados educativos de nuestro país y dejaremos de estar a la cola de Europa en fracaso escolar, pero sólo porque estaremos haciendo trampas a la hora de medir ese fracaso.
Dilataremos a la Universidad el momento en que el joven se enfrente a su propia ignorancia, y para evitar su frustración, deberá bajarse todavía más el listón de los estudios superiores e inventarse un rosario de maestrías con las que posponer el momento en que esos conocimientos supuestamente adquiridos le habiliten para un trabajo remunerado. Y todo apunta a que no lo tendrán nada fácil.
Nuevas generaciones con menos oportunidades para acceder al mercado laboral, sin espíritu crítico ni modo de tenerlo, maleables e insatisfechas, e incapacitadas para lidiar con el mundo real. Así las quieren.