Al alba vincero... y un cuerno. No salimos más fuertes, el CNI lleva moño y han cerrado el Pimpi Florida y el Delorean. La nueva normalidad duró lo que duran las cosas de Iván Redondo, las ocurrencias del exceso de streaming y ese maquiavelismo en tierra de cabreros. Que funciona lo mismo en la dehesa extremeña que en el pinar de Moncloa.
Dicen que este estado de alarma es más ponderado, pero una ciudad vacía de noche, un toque de queda y una comparecencia de Simón son lo más parecido a Venezuela, a Venecia sin ti.
El sanchismo tiene estas cosas de secuestros civiles, desconfinamientos asimétricos y esa neolengua por la que al entierro en vida lo tenemos que llamar responsabilidad nocturna. El hito del sanchismo ha sido el de pasear a Franco y encerrar a los españoles, y de esto me voy acordando ahora que va hacer un año de aquel desayuno campestre en los bajos de Cuelgamuros para que viéramos, los de la prensa, al dictador volando por la vertical que va de Peguerinos a El Pardo.
Con lo de Franco supimos hasta la mecánica de poleas para levantar al muerto; la capacidad de resiliencia de la madera y del fosfato. Con lo del virus sabemos que Simón no sabe nada, que Illa es el vivo rostro de la angustia y de la inopia y que sí, que a las diez en casa a escuchar a epidemiólogos con gafas de pasta y un ukelele. Qué largas serán las noches, y qué desazón carnal nos aguarda a los solteros. Qué desastre cuando caiga el sol y haya rondas para emplumar a viandantes que, como yo mismo, somos hijos de la luna.
Cuando Sánchez pide moral de victoria, cuando se pone campanudo, muere un perrito y en una residencia de ancianos tiran un zapato al televisor, que se hace añicos como el futuro de España. No hay más médicos, no se ha acometido una reforma urgente de la Sanidad: no, todo ha sido propaganda y zancadillas a las libertades del 78 de las que nos acordaremos, como de los muertos, cuando cenemos solos en Nochebuena. Ojalá el cucagamarrismo, prestigiado desde la moción, eleve estas quejas en fondo y forma a quien corresponda.
Íbamos a salir más fuertes, pero, en el balance de este tiempo raro del sanchismo, España se ha quedado sin Franco y sin noches; con el Caudillo en el Pardo y el toque de queda impuesto. O tempora, o mores, que diría el otro...