Leí en algún sitio que en Suiza está prohibido ir al baño en horas intempestivas para no violentar el descanso de los vecinos. En el país de los relojes de cuco hay que evitar a toda costa tirar de la cadena de madrugada so pena de multa y mala reputación. Otra señal inequívoca de que Europa se va a la mierda.
En España hace tiempo que hacemos méritos para incorporarnos a ese ranking de la decadencia en el que muchas veces subyace el intento por controlarlo todo: lo decisivo es que nada quede al azar, que no haya espacio para la sorpresa ni motivo para el desconcierto.
El proceso siempre es el mismo. Comienza con iniciativas bienintencionadas, mesuradas y razonadísimas, que acaban convertidas en excesos y auténticas monstruosidades.
Pere Navarro es el ejemplo de lo que digo. Un buen hombre que surgió de la nada para lograr las mejores cifras de siniestralidad vial en un país que venía de la vieja carretera nacional con merenderos y el Gordini, aquel Renault que rebautizaron como "el coche de las viudas".
El mismo Pere Navarro que hoy impone a los usuarios de patinete que lleven casco, luces, ropa reflectante y que tengan que someterse a controles de alcoholemia cuando lo requiera la autoridad. Supongo que luego vendrán la ITV, los cursillos de autoescuela y el carnet por puntos.
El mismo Pere Navarro, válgame Dios, que en pleno siglo XXI obliga a desplazarse a los automóviles a velocidad de carromato medieval tirado por bestias de carga, en ciudades cuya estética anticipa ya los vehículos voladores.
Lo justifica el director de Tráfico con el argumento de que quiere reducir un cincuenta por ciento las víctimas en el asfalto. Pero, ¡qué falta de humanidad! ¿Por qué no un cien por cien, y vamos todos andando o en burro?
Dice Navarro que las autoridades municipales y de otras instancias no sólo ven con buenos ojos estas medidas, sino que vienen reclamándolas desde hace tiempo. ¡Claro! ¿Quién se resiste a poner el cazo para engrosar las arcas de la forma más sencilla, con multas, nuevos impuestos y una industria inútil surgida al calor de la (in)movilidad? Venga, ¡otra ración de radares!
A su afán intervencionista, ubicuo y omniprotector, la DGT añade ahora el rentabilísimo empeño gubernamental por dividir entre buenos y malos. Así, el conductor pasa a ser un terrible criminal en potencia y el peatón o peatona un ser indefenso y vulnerable al que proteger, cueste lo que cueste, en la jungla urbana.
Lo más maravilloso es la candidez de Navarro, típica de los iluminados, que en esta nueva España de los 30 por hora y a punto de calarse, se propone regular hasta el uso de las aceras. ¿No habría antes que evitarnos el tener que ir saltando entre excrementos de perro?