Como sucedió lo cuento:
Iglesias anuncia un pacto con Bildu para los Presupuestos Generales y su inclusión en la dirección del Estado.
Iglesias interpone una enmienda a sus propios Presupuestos, como miembro que es Podemos del Gobierno de coalición.
Iglesias, en su viaje a Bolivia acompañando al rey Felipe VI, se reune en secreto con el presidente argentino y con el ministro de exteriores de Venezuela, y promueve un manifiesto que alerta contra el golpismo de la ultraderecha a nivel global, contraprogramando la agenda oficial del monarca.
Iglesias solicita un referéndum en el Sahara. Y lo hace justamente en plena crisis migratoria en Canarias, y justo cuando Marlaska viaja a Rabat en un intento por solucionarla, comprometiendo la postura diplomática del Gobierno.
Inglesias intenta forzar a PSOE a intervenir el precio del alquiler, a reformar los delitos de sedición y rebelión antes de las elecciones catalanas, intentó aplicar una tasa Covid a grandes fortunas, intentó derogar la reforma laboral al margen de Calviño… ¿Sigo?
Iglesias no para. Es como una bomba de relojería marca ACME, formato brazalete -tic-tac, tic-tac- fijada en el tobillo de Sánchez: si se deshace de ella, vuela por los aires. Si la deja ahí, abrazando su extremidad inferior, vuela por los aires.
A Iglesias solo le falta llamar por teléfono al Palacio de la Moncloa, preguntar por Begoña y, con voz distorsionada, pedir la libertad inmediata de los presos políticos -aka, los presos etarras y los condenados por “el prusés”-, la nacionalización de todos los medios de comunicación, la presidencia de RTVE para Dina Bousselham, la liquidación de la hipoteca del chalet de Galapagar, tres millones de euros en efectivo en billetes sin marcar y con numeración no correlativa, un helicóptero en la azotea y tres pizzas familiares. Con piña.
Sánchez no mentía cuando decía que no podría pactar con Iglesias porque no dormiría tranquilo. Lo que no sabía entonces, pero ahora ya lo sabe, es que aún dormiría peor con Iglesias en la oposición. Imaginen por un momento cómo debe ser en modo adversario con considerable representación si la versión que estamos viendo es la del Iglesias en modo socio leal. Lo que no sé es cómo conseguimos dormir el resto, si mientras van dinamitando nuestra democracia, de a poquitos y desde dentro, nos alertan con toda desfachatez del peligro de la ultraderecha y el fascismo, ese “que viene el coco” de nuestros desvelos.
“El peligro real, hoy, no es el fascismo” dice Gentile, que de fascismo sabe un rato largo “sino la escisión entre el método y el ideal democráticos que se realiza en una democracia recitativa, conservando el método pero abandonando el ideal. El peligro real” apunta “no son los fascistas, reales o presuntos, sino los demócratas sin ideal democrático”. Cuidémonos pues, más nos conviene, de los demócratas que no creen en la democracia antes que de los fascistas, lo sean, lo parezcan o ni eso.