Dedico algunas tardes a leer y recortar páginas que me llaman la atención, ya sean las que ocupan playas caribeñas, muebles de diseño escandinavo o entrevistas a gente que me inspira. No guardo los recortes, los dejo sobre mi escritorio, porque me gusta ver lo que me gusta.
La inspiradora de hoy ha sido Isabel Coixet, que comienza su presentación contándole al periodista todo aquello que no soporta. Interesante, porque a la mayoría nos cuesta definirnos más allá de nuestro trabajo incluso en términos positivos, ya no te cuento en negativos, con lo feo que queda, con el pie que da a que otros te lleven la contraria. Qué miedito. Ella se queda tan a gusto: que si no me gusta Quim Torra, que si no me gustan las peleas del feminismo.
Lo que no te gusta te define tanto como lo que sí, determina en qué sentido decidir y cuánto de valiente y de autónomo tienes. La Coixet afirma sin esperar a que otros le den la razón, se basta y se sobra, que es lo que todos deberíamos hacer. Hay que ser inteligente para detectar y valiente para manifestar, porque tras el discurso llegan las críticas. Que se lo cuenten a quienes defienden que no quieren ser madres y les cae la del pulpo, como si le negaran su derecho a otras. O a los que rechazan ofertas por las que otros matarían, pero tú quién te has creído que eres. A la Coixet le ofrecieron un ministerio y a la vista está que dijo que no. Con las que algunos lían por estar ahí, hay que ver.
El respeto que el prójimo muestra ante tus aseveraciones tiene mucho que ver con la claridad, el convencimiento y la naturalidad con las que las defiendes. No nos tomamos en serio a quien vive pidiendo perdón, escondido bajo complejos, ansiando contentar al planeta entero, sin éxito, claro. En cambio, no rechistamos ante el que no ofrece resquicio en sus argumentos, y no hay argumento mejor que la absoluta subjetividad cuando el asunto solo te afecta a ti. El "sobre gustos no hay nada escrito" de toda la vida de Dios, ese que no respetan los que se ven atacados por la libertad ajena.
"No le veo el qué a este restaurante tan caro y tan famoso", "el tío ese que cobra un pastón por conferencia me parece un cantamañanas", "no me gusta el campo": las afirmaciones que para unos suponen brazadas contra la corriente, para los Coixets del planeta no es más que bañarse despelotado en aguas mansas y cristalinas. Y es que la resistencia nos la creamos nosotros, o nos la han creado los que nos educaron para pertenecer al rebaño y no cuestionar. Y nos cuestionarnos.
El rebaño es infeliz mientras mira de reojo a las ovejas negras que campan felices, a su puñetera bola. Las ponen verdes mientras envidian su desparpajo e intentan comprender por qué insisten en no someterse a estereotipos que algún desconocido se inventó cuando estaba aburrido y tenía muchas ganas de joder al prójimo.
Observamos las negaciones para entristecernos, pero las ignoramos cuando suponen una pista de quiénes somos y qué hemos venido a hacer aquí. Las enarbolamos para recordarnos de lo que no somos capaces, lo que no sabemos hacer, lo que no hemos aprendido, pero nos resistimos a ellas cuando se tratan de defender nuestros límites, nuestro tiempo o nuestras opiniones. El no como guillotina o el no como representación de la solidez y la coherencia: voto por lo segundo.