El reciente 42 aniversario de la Constitución española ha sido ocasión para múltiples reflexiones, debates y artículos en prensa. Casi todos ellos con el común denominador de “bloqueo”, “colapso” “réquiem constitucional”, etc. Diagnósticos con un punto de realismo pero no muy estimulantes, por cierto.
En el anuncio de la “inminente” catástrofe, echo de menos propuestas realistas y positivas de salida de la evidente crisis política que padecemos. Sorprende la coincidencia de los grupos parlamentarios hostiles a la Transición y a la Constitución (que ahora forman parte necesaria de la mayoría en el Congreso) con los partidarios de la estabilidad constitucional que, en muchas ocasiones achacan, a la Constitución de 1978, el origen de los males que padecemos.
Las advertencias iniciales de los males de nuestra democracia, por su deriva hacia la partitocracia, se remontan a la década de los ochenta del pasado siglo de la mano del Presidente del Tribunal Constitucional, Manuel García Pelayo. El presidente del Constitucional soportó el abuso del poder ejecutivo en detrimento del balance de poderes hasta convertir el Congreso y el Poder judicial en meros apéndices del gobierno.
La lógica del poder es conservadora y acaparadora por lo que no es previsible una reforma desde el gobierno en la dirección correcta de otorgar al cuerpo electoral una mejor representación y la capacidad de control y decisión, más allá de la convocatoria plebiscitaria cada cuatro años. De ahí que haya surgido una iniciativa social, ajena a los partidos, de otra ley electoral, “OLE”.
En cada nueva legislatura, el partido de gobierno hace lo mismo o lo empeora. Pero la experiencia enseña que llega un momento de máximo deterioro en el que se impone la rectificación del camino que la sociedad percibe, masivamente, como impracticable. Creo que estamos en ésta fase.
Con ocasión de la crisis financiera de 2008 un periodista del New York Times preguntó a un financiero involucrado en la caída de los valores en bolsa si era pesimista u optimista ante el futuro. El banquero contestó: “¿Se refiere Vd. a corto o a largo plazo? Si es a largo plazo soy optimista porque la Historia demuestra que el Hombre, la Humanidad, siempre ha sabido escoger el camino que más le conviene….no sin antes haber probado todos los demás”.
Esta receta universal es muy apropiada para el caso español. En 1923 la crisis política se resolvió por el camino equivocado: una dictadura militar que en lugar de reformar y generar un nuevo consenso democrático provocó la caída de Alfonso XIII; probado ese camino, España inició otra senda que no fue una solución: la II República. Fracasada ésta, España se desangró en una cruenta guerra civil y padeció una dictadura de cuarenta años. Probados todos esos dramáticos caminos, los españoles acertaron, por fin en la Transición de 1978, “no sin antes haber probado todos los demás”.
La larga marcha, desde 1977-1978 hasta nuestros días, está jalonada de decisiones en la dirección equivocada que los españoles vamos comprobando legislatura tras legislatura. Y a pesar de ello el balance de este periodo está reconocido como los mejores cuarenta años de libertad y progreso social de nuestra historia. Algo se ha hecho mal pero hay muchas cosas que se han hecho bien. Es inimaginable el nivel de desarrollo y bienestar que habría alcanzado nuestra Patria sin corrupción y sin tensiones identitarias, totalitarias y estériles.
La actual frágil alianza parlamentaria al mando de Sánchez, un presidente sin escrúpulos, es capaz de incrementar los aspectos negativos de nuestra democracia, singularmente en el tema más sensible de destrucción del vínculo de convivencia, que es la soberanía nacional. Una soberanía que los separatistas amenazan con trocear ante la pasividad (o complicidad) del grupito socialista en el poder. Frente a esos intentos está la opinión pública, la libertad de información, la justicia y las instituciones.
La oposición política (incluidos los votantes y sectores socialistas en desacuerdo con esta deriva) haría bien en buscar lugares de encuentro. Me permito un símil futbolístico: por desgracia, la oposición en el Congreso hoy está más dedicada a darse patadas en la espinilla que a ganar el partido.