Si ahora mismo, justo en este momento, la inexistente Federación de Hombres Jóvenes hubiese hecho público un estudio en el que investiga las experiencias y percepciones de los chavales de entre 18 y 25 años en el contexto del ocio nocturno y, bajo el título “Noches chachis para todos” y con ínfulas de rigor científico, llegaran a conclusiones como la que da título a esta columna -y que le tomo prestada a mi querido y admirado Hernán Migoya-, se habría montado ya la de las Navas de Tolosa. Y con razón. Pero eso mismo es lo que ha ocurrido con el informe “Noches seguras para todas” de la Federación de Mujeres Jóvenes, al que ha dado difusión el propio Ministerio de Igualdad, y aquí todos tan pichis.
Con testimonios tan espeluznantes como “se puso al lado nuestra, estábamos hablando tal y él estaba plantado al lado nuestro con el teléfono, y a mí eso me enerva” o “lo típico que te estás liando con alguien y quiera algo más y tú no, pero tampoco quieres que piense que eres una niñata, que eres una infantil, y entonces pues accedes”, se llega a la conclusión, por ejemplo, de que hay un “constante ejercicio de violencia sexual que los hombres ejercen sobre ellas (las mujeres) en los contextos de ocio nocturno, apropiándose de su espacio y tiempo”. Todos violentos. O que “la invitación a alcohol y drogas por parte de los hombres, (…) lo hacen con la intención de debilitarles, vulnerarles, manipularles y aprovecharse de ellas”. Todos abusadores.
Tras leérmelo enterito -nota mental: pedir a EL ESPAÑOL un plus de peligrosidad- llego a tres conclusiones y distan mucho de las del propio informe. Son estas:
-Que hemos convencido a las jóvenes de entre 18 y 25 años de que están en serio e inminente peligro por el mero hecho de ser mujeres, independientemente de la realidad y los hechos -todas ellas reconocen no haber sufrido ni un solo episodio de violencia sexual volviendo a casa pero todas refieren pasar miedo al hacerlo-.
-Que las estamos convirtiendo en seres irresponsables, incapaces de gestionar sus emociones por sí mismas, convencidas de que son los demás los que tienen que hacerse cargo de ellas y gestionar su especial sentir -que ellas sientan miedo, independientemente de lo que ocurra, es el primer indicador, según afirma el informe, de que ocurre un abuso-.
-Que deberíamos invertir más en su educación: se expresan preocupantemente mal y su vocabulario es alarmantemente deficiente.
No consigo comprender el empeño de Irene Montero y su cáfila de comadres del chiquipark para adultas Alcalá 37 por tratar de presentar siempre a la mujer como una damisela desvalida, necesitada de tutela y a merced de cualquier desalmado. Y no consigo entender, por más que lo intento, que tantas mujeres -algunas de ellas inteligentes y talentosas- compren todavía su discurso anacrónico, desnortado, victimista y plañidero que en tan mal lugar nos deja.
Espero que no sea este el feminismo que nos merecemos o estamos a una legislatura de almidonar enaguas y recuperar el lenguaje del abanico, primas. A estas alturas y con lo que hemos sido.