Rosa Díez dice que estamos gobernados por "un golfo". Como a cualquiera, hay muchas maneras de calificar a Pedro Sánchez. La que escoge la cofundadora de UPyD es solamente una de ellas, pero, posiblemente, una muy acertada. Según el diccionario, un golfo es "un tipo atrevido o descarado y, generalmente, un granuja".
Visto de cerca, nuestro presidente parece tener al menos un poco de todo lo mencionado. Pero lo que no explica Díez es que, si de verdad Sánchez es un granuja, se trata, definitivamente, de uno muy hábil.
Porque se desmorona el país. La pandemia lo atraviesa de punta a punta con una ferocidad máxima, arrasada por su propia naturaleza y por los errores de los gestores que ha elegido el Gobierno.
La crisis económica, sólo en parte consecuencia de la Covid, estrangula a las familias. El desempleo ya es una bomba de relojería simplemente atrasada, y de forma ineficiente, por los mecanismos creados al efecto. La quiebra institucional, invadida de dudas sobre la situación de la Corona y otras cuestiones de política territorial, suscita todo tipo de interrogantes, muchos de ellos con una respuesta potencial de gravedad.
Sin embargo, incluso en un escenario como el descrito, el presidente del Gobierno se las ha ingeniado para evitar fugas masivas en intención de voto y en apoyo popular. Es más: el granuja Sánchez envía a su candidato, al responsable de la lucha contra la pandemia, a las elecciones catalanas, y el CIS de esa comunidad lo da por ganador, tras numerosos años de supremacía de los partidos soberanistas.
Es verdad que los políticos viven bien y sufren poco, al menos en general. Pero lo que sucede ahora es inaudito. ¿Cómo es posible que Salvador Illa salga no solo ileso, sino reforzado, de su desastrosa gestión sanitaria? ¿Qué explicación tiene que lo haga, encima, en medio de esta tercera ola extenuante y dramática?
En parte, posiblemente la explicación tenga que ver con la asombrosa máquina de hacer buen marketing con la que trabaja el PSOE. En parte, también, se debe al corporativismo salvaje que inunda la condición política.
Acabamos de verlo con el escándalo de los políticos que se han vacunado abusando de los privilegios de su cargo, "saltándose la cola", como lo describió Pablo Echenique. Manuel Villegas, el consejero de Sanidad de Murcia, dimitió tras conocerse que se había vacunado sin que procediera, y el presidente regional, Fernando López Miras, lamentó su marcha: "Ha sido ejemplar".
¿Pero cómo va a ser ejemplar si se ha visto forzado a dimitir al haber tomado la decisión más ruin posible? El presidente debería acompañar a su exconsejero, si lo considera tan íntegro.
Es verdad que, lamentablemente, muchos otros que han hecho lo mismo (Ximo Coll, Jordi Domingo o José Galiano, por nombrar a tres de partidos distintos) continúan asombrando a la ciudadanía al aferrarse al cargo y negarse a dimitir.
Pero que la mayoría de los responsables públicos vacunados irregularmente no dimita no hace mejor a Villegas o a otros que también han renunciado como Rocío Galán o Eduardo Maíz. Simplemente, da una ajustada idea de la calidad humana de muchos de los cargos públicos del país. De su lamentable falta de juicio, primero, y de responsabilidad, después.
Boris Johnson acaba de asumir toda la suya en relación a la fatal gestión de la pandemia del Gobierno de Reino Unido. Ojalá que el gran Sánchez, ese granuja listo, actuara con idéntico compromiso ante la verdad de una gestión nefasta.