El 22 de enero de este 2021, la Delegación de Gobierno contra la Violencia de Género confirmaba desde su cuenta de twitter que una mujer de 82 años había sido asesinada presuntamente por su marido, en un nuevo caso de violencia machista. Pasaré por alto el concepto “confirmar presuntamente”, estremecedor a mi entender, para no irme por las ramas, pero no descarto retomarlo en cualquier momento porque me parece digno de reseñar. Resultó ser, según los testimonios de vecinos y familiares, un intento de suicidio pactado de un matrimonio de octogenarios desesperados por sus circunstancias. Pero es un crimen machista.
El día 25 un hombre mata a su madre de 94 años. La portavoz de la Generalitat catalana se apresura a tildarlo de “feminicidio”, engordando con sus propias manos el contador de las muertes por violencia de género, porque a nosotras los hombres siempre nos matan por ser mujeres, por el mero hecho de serlo. Otro crimen machista para la saca.
Fundido a negro y me pongo a lo Sophia Petrillo:
San Francisco, 2005, se observa que la mayoría de los crímenes cometidos en la ciudad se llevaban a cabo en ciertas zonas muy concretas. Se decide invertir más de un millón de euros en colocar chorrocientas cámaras de vigilancia en estas zonas sensibles. Unos años después, la universidad de Berkeley, California, publicó un estudio en el que analizaba los crímenes ocurridos desde la instalación de las cámaras. Al comparar las tasas anteriores y las posteriores, se dieron cuenta de que estas no habían tenido ninguna incidencia sobre los crímenes violentos y que los robos no violentos, pese a caer en esos lugares más de un 20%, se habían desplazado, aumentando en otros.
¿Qué pudo ocurrir? ¿Cómo pudo fallar? ¿Acaso la culpa no era del lugar? Si la mayoría de los crímenes violentos ocurrían allí es que, claramente, la culpa era de la localización. Muy probablemente la gente, al pasar, sintiera la llamada de la sangre y se lanzara a matar y violar. O quizás el propio lugar lo hacía, alzándose amenazador sobre sus bases de cemento, dedicándose a repartir puñaladas aquí, allá y acullá. “Matan aquí por el mero hecho de ser aquí”, dicen que decía la Irene Montero de San Francisco. A lo mejor la cita es apócrifa.
Afirmar que todos los crímenes perpetrados contra mujeres ocurren por el mero hecho de ser mujeres es como afirmar que todos los crímenes bajo un puente de San Francisco ocurren por el hecho de ser un puente. Y lo malo de no contemplar los múltiples factores que influyen en que eso ocurra nos lleva a errar en el diagnóstico. Y un mal diagnóstico conlleva un mal tratamiento, como todo gran poder conlleva una gran responsabilidad. La vida es así, no la he inventado yo. Y acabamos poniendo cámaras bajo un puente y consiguiendo que, en lugar de dejar de asesinar, se asesine en otro punto.
A fuerza de simplificar un problema y de no contemplarlo en toda su complejidad, no solo no estamos tomando las medidas necesarias para acabar con él, sino que estamos desperdiciando esfuerzos y recursos, tratando un cáncer de pulmón con pastillas para la tos.