Me van a perdonar, pero no sé a quién echar hoy la mano al cuello. En sentido figurado, entiéndanme.
Los temas se hacen uno como las voces de los candidatos separatistas en debate de RTVE. Ellos y sus traductores. Un guirigay deprimente, reflejo fiel de en qué ha quedado la cosa. La separatista y la de los complacientes. Perdidos en la traducción.
Cataluña, la pandemia, Pedro Sánchez, Pablo Iglesias, la vacuna, todo en una ruleta en la que no importa el número o el color, porque siempre es lo mismo.
Cae la bola de vez en cuando en la pobreza, y qué sorpresa cuando en realidad es el tema que lo abarca todo. Como la muerte o la temida soledad. La de los ancianos, la de los viejos de confinamiento estéril. Y sobre todo cuando ambas se unen en una UTE siniestra: la muerte en soledad.
Ahí me quedo. Hicieron falta años para asimilar los pecados inconfesos de las guerras, lo indecoroso, lo que es privado, lo que casa mal con la crónica de la victoria, incluso de la derrota. Lo que las víctimas no quieren o no pueden contar. Pasarán años antes de que hagamos nuestro el número de muertos y, sobre todo, para que entendamos cómo ha sido posible que muchos mueran así.
Apenas el testimonio de algún sanitario, una carta anónima en la que se cuenta lo que muchos callan, no por maldad ni por desidia, sino porque no le ven remedio.
Lo que quedará después de todo esto. Cuando la catarsis sea general y todos, los que curan, los que cuidan, los que despiden y sobre todo los que no lo han podido hacer, irán contando lo que ha significado el protocolo Covid, la saturación de las UCI o el ratio de número de camas por paciente.
Escoger para que unos vivan. Aislar para que otros no mueran. Y yo me pregunto si vale la pena. Si habiendo ya quien confunde a propósito la eugenesia con la muerte digna, no habrá quien diga que para algunos, más vale morirse antes que hacerlo más tarde, pero solo. He dicho que quien lo vive, no le ve remedio. Y sí que lo tiene. Lo que cuesta dinero debe de tenerlo.
Díganle a los que batallan día a día con la pandemia, en cada uno de sus frentes, qué necesitarían para mejorar sus condiciones, las de los pacientes, lo que les dicta la lógica, lo que aprendieron de la primera ola, de la segunda, lo que saben de la tercera. Todo eso que, de tenerlo, les evitaría conformarse con la indignidad de algunas muertes, o desmoronarse cuando se quitan el EPI.
Seguramente la lista sería larga, tendría un precio, pero apuesto a que cualquiera de ustedes pagaría con gusto sus impuestos (o incluso más) si supieran que su dinero va para esa lista de la compra. Si esa cuestación obligatoria a la que nos someten sirviese (siquiera de manera temporal) para combatir ese sufrimiento estéril.
Mucho más si viesen un ápice de humanidad en quienes les gobiernan, alguien capaz de dar un paso (por ejemplo, Irene Montero) y renunciar a pongamos una parte de los 451 millones de euros de su presupuesto, para dar un poco de dignidad a tanta muerte en desamparo.
“La soledad es la suerte de todos los espíritus excelentes” decía Arthur Schopenhauer.
Añado: salvo en la hora de la muerte. Creo.