No deja de ser irónico (el karma, que dirían algunos) que uno de los primeros mártires mozárabes cristianos, tras comenzar estos, a partir de abril del 850, su labor de oposición frente a las autoridades musulmanas cordobesas, se llamase también Franco, Sancho Franco.
Siendo emir Abderramán II, que impulsará y protagonizará un período de auge y esplendor para Córdoba (así lo reconoce el propio san Eulogio, principal figura de la mozarabía mártir, y del que Sancho Franco era discípulo), se rompió el inestable equilibrio que permitía que las comunidades cristianas (mozárabes) se mantuvieran coexistiendo protegidas (dhimma) bajo la autoridad andalusí.
Desde los primeros momentos de la conquista, los árabes reprodujeron en Hispania la política de pactos con los vencidos que habían desarrollado en Oriente y cuya piedra angular era la dhimma (una política, por cierto, que tenía su equivalente en el lado cristiano, con las capitulaciones).
Un equilibrio inestable que dejaba a los dhimmíes (cristianos y judíos) en una situación de precariedad, al quedar estos subyugados a la autoridad musulmana y pudiendo mantener su confesión sólo a costa de pagar un impuesto especial mensual (la chizya), que implicaba una presión fiscal muy importante sobre dichas comunidades (unido a otros impuestos directos e indirectos y teniendo en cuenta, además, si se me permite el chiste, que aún no existía Andorra).
Esta condición implicaba además la prohibición del proselitismo cristiano; la imposibilidad del matrimonio entre un cristiano y una musulmana (los varones musulmanes sí se podían matrimoniar, sin embargo, con cristianas); la separación de las comunidades, llevando a los cristianos a los arrabales; la prohibición a los cristianos de realizar juramentos islámicos; la prohibición de apostatar del islam y, por supuesto, la de proferir injurias contra Mahoma (infracciones que eran generalmente castigadas con la muerte).
Sólo la fantasía podemita, es verdad que apoyada en una literatura leyendarosada acerca de lo que era Al-Ándalus, puede ver en tal situación una idílica "convivencia armónica entre culturas".
Y esa situación, tan inestable, se rompió en numerosas ocasiones ante circunstancias que, a poco que se presionase, en un sentido u otro, se terminaban exasperando.
Según cuenta san Eulogio, el monje cristiano Perfecto es ejecutado en abril del 850 a la vista de todos y después de haber sido condenado por manifestar públicamente, pero tras haber sido objeto de engaño, injurias contra Mahoma.
Esta ejecución precipitó todo el proceso conocido como mártires cordobeses entre el año 850 y 859, que llevó a la muerte voluntaria a medio centenar de cristianos que quisieron poner de manifiesto, de ese modo, el yugo musulmán y la persecución del cristiano (que algunos negaban).
La siguiente víctima es Sancho Franco (quizás pariente lejano de nuestra Isabel Franco, quién sabe), del que cuenta san Eulogio que era “mi discípulo, joven y laico, hecho prisionero en la ciudad de Albi, en la Galia Comata [sur de Francia] y a la sazón liberto y alistado en el ejército del emir, comensal del palacio de este, fue martirizado y clavado en un patíbulo en la misma ciudad de Córdoba y por confesión de la fe, el viernes 5 de junio del mencionado año 850" (san Eulogio, Memorial de los Santos, Lib. II, Cap. III).
Precisamente, san Eulogio morirá, también mártir, siendo decapitado y su cabeza arrojada al Guadalquivir en el año 859, en fecha tan inquietante como la del 11 de marzo (precisamente día de san Eulogio y de infausta memoria para todos los españoles a partir del año 2004).
Esa multicultural y luminosa Al-Ándalus, que el podemismo busca contrastar con la grisácea y etnocentrista monarquía católica española, no puede recorrer ni dos pasos en la historia, en la historia real, resolviéndose en una pura fantasía ideológica que le vale al podemismo, eso sí, para chapotear en el estercolero en el que se ha convertido la vida política (y es que vivimos no tanto en democracia como en demagogia).
En definitiva, Isabel Franco ya ha tenido sus cinco minutos de gloria tras dedicarse a recrear, desde la tribuna del Congreso, sus idílicas fantasías sobre la armonía andalusí (tan sugerentes, pero que nada tienen que ver con Andalucía), aunque quizás a costa de que un antepasado suyo se esté ahora revolviendo en su tumba.
Pudiera ser.