Una de las más grandes ventajas (y hay muchas) de ser editor es que lees las obras que publicas antes que los demás. Puede parecer una majadería, ya que es cuestión de tiempo que todo el mundo tenga acceso a esa obra pero, si se trata de Mo Yan, no es un asunto menor.
Ese tiempo en el que integras en tu vida la historia leída y sólo tú lo haces (junto a otros privilegiados como el traductor, los correctores y algún colega de la editorial) se antoja un período único en el que caminas por la existencia sabiendo que tienes algunas claves, de pronto imprescindibles, de las que los demás carecen. Como si tuvieras una salida secreta a toda la estupidez de la actualidad del momento.
Se trata de un salvoconducto hacia la época en la que Guan Moye (su nombre real) era un niñato malcriado y deslenguado (así se describe el personaje principal de la obra). Un camino escondido que te refugia en la historia de juventud del escritor de Shandong y que te libra, al mismo tiempo, de opinar sobre las boberías de Pablo Hasél, de participar en el debate sobre la libertad de expresión (máxima, por favor, como el respeto hacia las vidas de los demás), y que te exime, incluso, de informar en Twitter al respecto de qué estabas haciendo 40 años antes, cuando los hombres de Antonio Tejero agujereaban el Congreso.
La historia de Luo Han, que para el hermano de Mo Yan (a quien este considera su lector y crítico más fiel) es “su mejor novela de talla mediana”, se consolida en la mente mientras crece el mundo imaginario, el de las disputas de los socios de Gobierno sobre qué se puede decir y qué no. Ese en el que viven las comunidades autónomas que relajan las medidas de protección contra la Covid. En el que se extiende el temor a una cuarta ola que, probablemente, nos volverá a golpear con dureza.
Cuando Mo Yan escribió Niu, su título original, en 1998, nadie sospechaba que el genio chino acabaría ganando el premio literario más importante del planeta catorce años más tarde. Cuando nosotros celebramos la última Semana Santa, no temíamos estar, tanto tiempo después, tan alejados de quiénes éramos entonces. Con vidas distintas. Con tanto esperpento y tanta muerte alrededor. Todo puede ocurrir.
También, que tu mejor amigo no pueda hablar. El premio nobel chino publicará en Kailas Editorial en el mes de abril Los bueyes, inédita en castellano. En el prefacio de la novela, el autor confiesa que tuvo un gran amigo en cuyos ojos se agolpaba una luz en la que “percibía como no he percibido nunca en otros ojos el verdadero sentido de la amistad”. Su amigo era el buey de la familia, que le tocó en suerte a principios de los años 80, cuando se evaporó en China el sistema de comunas.
Mo Yan nunca tuvo un amigo mejor. Viendo lo que sucede en las calles de Barcelona estos días, y las razones por las que ocurre, tampoco extraña demasiado. Los bueyes pueden ser inteligentes y leales. Algunas personas pueden ser inesperadamente violentas y necias.
Por fortuna, existe esa puerta secreta, inherente a la mejor de las ventajas de conservar una editorial, que te aleja de ese lugar y permite que te sumerjas, en exclusiva durante meses, en el mundo real, ese universo insólito y memorable que ha creado Mo Yan.
La vida, ahí dentro, fluye. Y lo hace de forma armónica y deliciosa. Hasta las tragedias, como que alguien te abra la cabeza a ladrillazos, resultan apasionantes. ¿Quién querría regresar a este desde semejante lugar?