Hoy en día, decir de uno mismo que es feminista es tan absurdo como presentarse como persona. "Hola, soy Rebeca, no me conoces de nada pero soy una persona. Humana". No hay necesidad. No conozco a nadie que no esté a favor de la igualdad en derechos y deberes de los hombres y de las mujeres. Es más, no conozco a nadie que conozca a alguien que esté a favor de la desigualdad.
Sí conozco, en cambio, a bastantes mujeres que creen que por el mero hecho de serlo merecen ser tratadas de manera conmiserable y condescendiente, recibir un trato especial; y que, precisamente por eso mismo, todo lo malo que le acontece en el devenir de sus días es responsabilidad directa del hombre (opresor, malvado y violento).
Como mujer no puedo estar de acuerdo con una visión de mi género tan reduccionista, sesgada y machista. Me ofende. No solo como mujeres somos tan capaces como los hombres de lo más grandes logros, sino que también somos capaces de realizar los más despreciables actos. No somos víctimas por nacimiento ni inocentes por defecto. Somos, ni más ni menos, exactamente igual que los hombres. Y despojarnos de la capacidad de hacer el mal es menospreciarnos. Tan estúpido como lo sería pensar que no podemos hacer el bien.
Me pregunto en qué momento exacto compramos un relato delirante en el que la mujer es una mermadita incapaz de gestionar sus propias emociones, que necesita que sea el hombre el que interprete en cada momento su sentir sin necesidad de manifestación (solo sí es sí. Vaya tela). No acabo de comprender cuándo dejamos de ser libres para elegir o decidir, para emitir una opinión en voz alta, para expresarnos en libertad, para relacionarnos con quien queramos y de la manera en que lo deseemos. Ni en qué momento empezamos a considerar que aquellas que piensan que las mujeres somos libres e iguales ante la ley (y lo decimos), que no necesitamos ayudas extras, somos unas alienadas y unas machistas; y las que nos presentan como víctimas y mártires, pseudodisminuídas necesitadas de tutela, son las feministas que nos van a empoderar.
A mí me da una pena horrible, porque me imagino que todas esas mujeres que denuncian un maltrato sistemático, un desprecio constante, un acoso, un drama, un vituperio... aquellas para las que tan difícil es ser mujer hoy en día en occidente, deben haberse relacionado con hombres realmente deleznables. Que también es mala suerte. Pongo a su disposición mi chorboagenda y la de mis amigas: hombres guapos, inteligentes e interesantes que las van a tratar con el respeto con el que tratarían a cualquier ser humano.
Para mí, hasta este momento, en un país con las cifras más bajas de maltrato según todos los estudios y los datos, ser mujer me ha resultado tan difícil, no más, que ser morena, flaca o ligeramente borde. Nunca me han pagado menos por ser mujer, jamás he perdido un trabajo por serlo. Soy tan rara, fíjate lo que te digo, que prefiero que me grite "guapa" por la calle un albañil que soportar a una feminista llamándome "rebañacondones" o "felatriz" porque manifiesto en voz alta que no quiero que ser mujer suponga para mí, genitalidad mediante, una ventaja. No la necesito. Déjenme batirme en duelo a lo mero macho, que yo solita puedo.
En fin, queridos, que nos han vendido que el "damas y caballeros" de antaño es carca pero no lo es el "nosotras, nosotros y nosotres". Que abrirnos la puerta del coche por ser mujeres es machista, pero abrirnos de par en par la de acceso a un puesto de responsabilidad por cuotas no lo es.
Ser feminista hoy es pensar que la mujer es incapaz y necesita ayuda extra y ser machista es afirmar que somos fuertes, libres y capaces. Que por el mar corren las liebres y por el monte las sardinas.
De lo de Alejandro Sanz diciendo que Rozalen merece ganar por ser mujer, y no por su talento y calidad, ya hablamos otro día. Si eso.