Este ha sido un 8 de marzo muy distinto al del año pasado. La puesta de largo de la ministra Irene Montero disputándole el podio feminista "mira bonita" a la ministra Carmen Calvo, los guantes morados de nitrilo (¿por qué, si no pasaba nada?), la huelga feminista (ojalá ahora, eso querría decir que hay trabajo), la expulsión de Izquierda Unida de las feministas oldfashioned…
Frivolidades de desocupadas. ¿Quién nos iba a decir lo que se nos echaba encima?
A partir de aquello, entretenidos en sortear la enfermedad, la muerte o la ruina, hemos creído que nuestras prioridades coincidían con las del Gobierno, olvidando que las de quienes tienen sueldo y PCR aseguradas difícilmente son las mismas.
Por eso no se nos ha ahorrado ni un solo día de feminismo milenarista airado. Y llegados al 8 de marzo, de feminismo a la greña.
A las que nacimos a partir de los 60 nos resulta extraño que, por toda reivindicación, se pretenda redimir a nuestras hijas de la situación de nuestras madres y abuelas, obviando lo que hemos vivido nosotras y lo que somos ahora. Como si nuestra generación fuese un enorme agujero negro o un salto en el tiempo.
Ni más ni menos que 451,42 millones de euros del Ministerio de Igualdad para feminismo arqueológico. Pero también para leyes que nos desprotegen y otras que nos convierten en la mitad débil y tonta de la población.
Esta canonjía podemita no nos sirve, no nos vale, no nos ayuda, nos perjudica. Irene, reina, dimisión. Pero, a pesar del boicoteo constante de la izquierda a la causa de las mujeres, sigue habiendo batallas que merecen ser libradas.
Ya he dicho en alguna ocasión que a las feministas actuales, cuando les dan elegir entre la defensa de la mujer y el multiculturalismo, se quedan siempre con lo segundo. Las neurosis del marxismo obligan inevitablemente a la inconsecuencia. Esta es una de las cuestiones que aborda un libro imprescindible para entender hacia dónde va Europa y en qué sumidero acabarán las libertades que tanto costó conseguir.
En Presa. La inmigración, el islam y la erosión de los derechos de la mujer, Ayaan Hirsi Ali se atreve a señalar una verdad incómoda. La de la correlación entre la llegada de más de un millón de inmigrantes de países con mayoría musulmana y la explosión del acoso y de la violencia sexual en las ciudades europeas.
"Este libro trata de la inmigración masiva, la violencia sexual y los derechos de las mujeres en Europa. Trata de un fracaso colosal por parte de la clase dirigente europea. Y trata de las soluciones al problema, de las falsas y de las reales".
Quien lo dice conoce bien de lo que habla. Nacida en Somalia, Ayaan Hirsi Ali fue sometida de niña a mutilación genital y escapó de un matrimonio concertado pidiendo asilo político en Holanda, donde llegó a ser diputada por el VVD, el partido liberal de la derecha holandesa.
Militó primero en el partido socialdemócrata de aquel país, pero lo abandonó (y esta es una de las claves) porque, a su juicio, la política multiculturalista que defiende esa formación "mantiene las normas que tienen sojuzgadas a las mujeres inmigrantes, e impiden su verdadera emancipación".
La segunda es el objeto del libro al que me refiero. Durante años, Hirsi Ali creyó que Europa era el paraíso de igualdad. Pero ahora, en pleno siglo XXI, nos advierte del retroceso que están sufriendo las libertades y los derechos elementales de las mujeres.
Un diagnóstico equivocado, una política errónea (el multiculturalismo), el miedo a fomentar el racismo y alimentar el populismo, la negación del problema, el fracaso de la integración y, sobre todo, la dimisión por parte del establishment europeo para con la seguridad de las mujeres, han confluido para que la Europa que conoció Hirsi Ali se asome a un precipicio nada tentador para nosotras.
No hace tanto que gozamos de las mismas libertades y derechos que los hombres. Nuestra posición es frágil. En este momento de la historia, la solución está en nuestras manos. Más nos vale no dejarla en las de las vividoras de la causa.