En 1931, después de escuchar el discurso de Romanones en defensa del rey Alfonso XIII, Josep Pla hacía la siguiente reflexión: "Mientras le oía, pensaba en lo que hubo de ser el Parlamento de este país en aquel momento en que se hallaban presentes Maura, Canalejas, Salmerón, Romanones, Dato, Mella… Pensar en aquel momento y en el presente puede dar la tónica de regresión que hemos sufrido".
Salvadas las distancias, la regresión en la calidad de nuestra clase política se hace hoy evidente si comparamos el Congreso de los Diputados de 2021 con el que tuvimos desde 1977 hasta mediados de los años 80.
Hace apenas un par de semanas se hizo viral el mensaje del ministro francés de finanzas, Bruno Le Maire, en el que recomendaba a los jóvenes franceses leer libros. "Las pantallas os vacían y los libros os llenan".
Desde hace décadas, no es imaginable un discurso similar de un responsable político español en un colegio o instituto nacional de bachillerato.
Los debates y discursos de Emmanuel Macron, Angela Merkel, Boris Johnson o Mario Draghi tienen humanidad y fundamento. Junto a ellos, tanto ministros como representantes parlamentarios exhiben y se apoyan en una elevada formación universitaria y experiencia profesional o empresarial.
En el caso de Francia, por medio de sus elitistas y selectivas escuelas políticas y de la administración (ENA). En el Reino Unido, por la labor de sus universidades históricas.
Cuando tenemos la oportunidad de comprobar el nivel y la calidad de los políticos europeos de nuestro entorno surge la pregunta inevitable. ¿Por qué padecemos en España la peor clase política de Europa?
Mi tesis es que no es una casualidad. Responde al resultado de un diseño. A mi juicio, la respuesta a esa pregunta tiene dos respuestas.
La primera es la evolución del sistema político hacia la partitocracia, de la que son responsables los dos partidos que han gobernado España desde la Transición.
La segunda es la responsabilidad del PSOE (no exclusiva) y responde a una estrategia de selección de políticos diseñada, organizada y legislada desde la Moncloa a partir de 1982.
El PSOE, que casi no existía en 1975 (a diferencia de la UCD y del PCE), se encontró con la necesidad de reclutar a decenas de miles de políticos improvisados y (en general) de bajísima formación. Políticos que debatían con dificultad con sus adversarios del centroderecha en los múltiples ámbitos de la acción política.
El PSOE tuvo como objetivo expulsar a destacados miembros de la sociedad civil y convertir la política en una profesión.
Para sostener esta idea, que por supuesto someto a debate, dispongo del testimonio de altos funcionarios del Estado que, sin ser miembros del PSOE, conocieron y participaron en reuniones en la Moncloa convocadas con el fin de excluir de la política a empresarios y profesionales altamente competentes, pero que el socialismo reputaba ajenos a posiciones de izquierda.
Sin duda, este tema da para un libro. Pero, de momento, me limito a enumerar los pasos necesarios para diseñar un perfil de político leal y hasta sumiso que garantice la estabilidad y la permanencia de las respectivas cúpulas.
Su primera medida fue aprobar que, en la Tribuna del Congreso, se autorizara a leer los discursos.
Es decir, el Parlamento se convirtió en un lectormento en el que cualquier político profesional leía un discurso redactado por un asesor. Político profesional al que, en un distrito provincia de decenas de candidatos, los votantes no conocían ni pedían cuentas.
La segunda medida fue determinar incompatibilidades que expulsaban del Congreso y de la actividad pública a personas que en la vida civil tenían unos ingresos netamente superiores y a los que no compensaba la exclusividad del Congreso y el Senado por la pérdida de independencia y de ingresos que conllevaba esta.
El Reglamento del Congreso ha convertido a los diputados en funcionarios dependientes del partido. Funcionarios cuya tarea consiste en votar y aprobar las decisiones de los dirigentes del grupo parlamentario.
A su vez, y a raíz de la obligatoriedad desde los años 80 de exponer elementos esenciales de la privacidad (como es la declaración de bienes) para desviar la atención por los casos de corrupción, termina por no compensar el esfuerzo de interrumpir una vida civil satisfactoria para cambiarla por una vida pública sometida al tormento de la fiscalización permanente.
El resultado es que la clase política española, con honrosas excepciones, se compone de jóvenes de bajísima formación intelectual y que han hecho el cursus honorum de las juventudes del partido.
Han pasado por los ayuntamientos, salen como séquito en muchas fotos, han ejercido como asesores y han demostrado ser de los nuestros.
La partitocracia y el proceso de formación y selección de políticos explican hoy la regresión a la que hacía referencia Pla.
Una de las reformas políticas pendientes es hacer atractiva la labor pública a lo mejor de la sociedad española. Sólo así llegaremos a disponer de ministros como Bruno Le Maire en lugar de la nómina de incompetentes que pagamos y sostenemos los sufridos contribuyentes.