"Hola, me llamo Rubén, tengo 27 años y estoy embarazado" tuiteaba el pasado domingo Telecinco. "Así se presenta el primer papá gestante de España" añadía la cuenta de Twitter de la cadena. En la foto, Rubén luce un bombo monumental, casi ciclópeo. Uno de esos frente a los que sólo cabe plantar la tumbona y sentarse a disfrutar de la puesta de sol en el horizonte de su ombligo.
"El mero reconocimiento de que muchas personas gestantes puedan sufrir secuelas físicas y psíquicas después de un aborto espontáneo ya es sanador para una sociedad en la que a quien está deprimido le llamamos vago" escribía ese mismo día en El País una tal Luna Miguel.
Vamos a dejar de lado el disparate de la segunda parte de la frase (le aconsejo a la autora que cambie de amigos) y centrarnos en el disparate de la primera.
A la Miguel no parece impresionarle el hecho de que el 100% de las "personas gestantes" a lo largo de cientos de miles de años de evolución del ser humano hayan sido hembras. Como decía aquel genio, que el sol haya salido por el este y se haya puesto por el oeste a lo largo de 4.000 millones de años no debe ser esgrimido como argumento para sostener que mañana volverá a repetirse tan peculiar fenómeno.
Podría ser casualidad, claro.
Son sólo dos ejemplos al azar de cómo la izquierda está procediendo al borrado de las mujeres de aquellos espacios que antes les pertenecían en exclusiva. ¿Quién le iba a decir a esa izquierda que demonizar esos espacios femeninos como "opresivos" sólo iba a conseguir que los hombres se apropiaran de ellos?
"¿No los quieres tú? No te preocupes. Me los quedo yo" han dicho ahora muchos. Quizá sea ese el camino para que el feminismo los valore de nuevo. Pero a ver cómo lidia ahora con quienes dan esos espacios por definitivamente okupados.
De algo podemos estar seguros. La próxima guerra del feminismo no será contra los hombres, sino contra los trans.
El resultado de la estrategia ha sido, de momento, el previsible. Las mujeres deben compartir hoy sus viejos espacios con los hombres, mientras que aquellos que ellas nunca han deseado para sí mismas (por ejemplo el de los trabajos más despiadados, aquellos que garantizan salarios estratosféricos a cambio de la renuncia a una vida social y familiar merecedora de tal nombre) siguen copados por los hombres que sí los desean.
Lean La paradoja sexual de Susan Pinker. Ahí está todo.
El negocio es redondo. Para el sexo masculino, claro. Es cuestión de tiempo que el sexo electivo conduzca a una sociedad en la que los hombres se acaben autopercibiendo en masa como mujeres si las leyes estipulan la más mínima ventaja para ellas.
"Antes teníamos los pronombres femeninos para nosotras solas. Ahora debemos compartirlos con los hombres" me decía ayer una amiga. "No nos sentíamos representadas por el masculino genérico y el resultado en la práctica ha sido que el masculino genérico continúa siendo suyo y ahora también el femenino" decía.
En 2014, la luchadora trans Fallon Fox (nacida hombre) se enfrentó a la luchadora Tamikka Brents (nacida mujer). Sólo tardó dos minutos en romperle el cráneo.
Las noticias de atletas trans que trituran a atletas de sexo femenino en deportes de todo tipo empiezan a ser ya habituales. De momento, el asunto se solventa aludiendo a la naturaleza no profesional de muchas de esas competiciones.
Pero veremos qué ocurre cuando esos atletas trans empiecen a recibir ayudas y premios en metálico, y las mujeres se vean barridas de todas las competiciones. Veremos también qué ocurre cuando el sexo electivo le permita a los hombres utilizar las cuotas de discriminación positiva a su favor en el acceso a los puestos de trabajo.
Fantaseaban las feministas de los años 60 con un mundo en el que el sexo masculino fuera redundante y en el que la tecnología les permitiera reproducirse sin necesidad de hombres. Estamos en 2021 y ahora son ellas las redundantes porque los hombres ya gestamos, parimos y, sobre todo, decidimos.
Tan redundantes son las mujeres que ahora ya ni siquiera aparecen en los tuits de Telecinco y de El País, tan progresistas ellos.
Mucha vuelta hemos dado para acabar haciendo retroceder a las mujeres hasta 1900. Buena suerte al feminismo volviendo a escalar la pendiente de nuevo, pero esta vez con un obstáculo añadido: el del sexo electivo.