Dicen que la mitad de los habitantes de Madrid nació fuera de Madrid. Y, de estos, la mitad lo hizo fuera de España. A veces me gusta pensar que existe algo así como el sueño madrileño. Es una idea bonita.
No tiene los garajes de California en los que se hizo la penúltima revolución tecnológica, ni todos esos rascacielos de Nueva York que se llenaron de secretarias de provincias en los 50.
Tampoco tiene esas casitas unifamiliares con el césped más verde que el Santiago Bernabéu, y además aquí no hay Hollywood como en el sueño americano. Ni playa.
El sueño madrileño es una cosa modesta, castiza. Más que un sueño es una cabezada. Una siesta. Pero ya nos va bien. El sueño madrileño sería, más o menos, juntar la entrada para comprar un piso en un PAU del extrarradio.
La mitad de los madrileños no ha nacido en Madrid, y es una suerte por varias razones.
Una de las mejores es tener un pueblo al que volver en agosto, cuando el calor no se aguanta. Porque no se aguanta. Pero hay alguna más. Por ejemplo, Madrid es libérrima porque la gente tiene cero apellidos madrileños y no tener que cargar por la vida con el peso de la identidad es una forma de privilegio.
Luego, como Madrid no es patria, caben aquí todas las patrias. Y qué felices nos hacen, y qué bien nos dan de comer. Madrid es un cocido y un plato de callos, pero también un mesón gallego, un kebab turco, una taberna andaluza y una taquería mejicana.
Los balcones más señoriales quieren ser en Madrid popular grada de estadio de fútbol, y deslucen sus dinteles con banderas desvaídas por el sol. Banderas de España, banderas del Orgullo, sin faltar nunca las banderas de Asturias.
A Madrid le dices que el mejor lugar del mundo es ese recodo que hace el Arlanza a la altura del monasterio de San Pedro y ella no se enfada. No se ofende si le dices que la Almudena es muy fea, y no se pone celosa cuando llegan las vacaciones y huyes sin mirar atrás.
¿Que te has ido a Benidorm? Ya volverás. ¿Que si un fin de semana en Londres? A ella, plin.
Es verdad que te da la chapa con lo de que su agua está muy buena, pero que no se engañe nadie, que aquí no se bebe otra cosa que cerveza. Y se pone estupenda con El Prado, pero es que es El Prado, vaya. Y es un poco pesada con Karim Benzema, pero entiéndanlo: es Karim Benzema.
Les cuento estas cosas porque sé que están ustedes hasta los huevos de la campaña madrileña.
Yo daba por hecho todo lo del folclore, ya saben, los políticos procesionando a Vallecas para tomarse fotos del atardecer en Las Tetas, los vídeos electorales en las populosas Colmenas de la M-30, los bocadillos de calamares cerca de la plaza Mayor y el chocolate con churros de rigor.
Pero la cosa se ha ido de madre y, como sé que ella no se va a quejar, alguien tiene que defender Madrid del lamentable espectáculo político. Alguien tiene que hablar bien de ella. O no, pero al menos no faltemos a la verdad. Ni comunismo o libertad, ni democracia contra el fascismo.
Madrid sigue a lo suyo, que es juntar para el piso, conservar el curro y, entre tanto, pedir la última cerveza antes del toque de queda.