Algo huele a podrido en la España postpodemita tras la salida de Pablo Iglesias de la escena (con corte de coleta incluida), que hace que en el espectro de la llamada izquierda política haya cierto movimiento. Incluso cierta inquietud por parte de esa sociología altermundista, posmoderna, feng shui, exquisita, gauche divine o como se la quiera llamar y que lleva dominando el panorama ideológico desde hace décadas. Vamos a poner desde 1968.
El hundimiento de Podemos sobre su propio peso arribista (Galapagar), además de su connivencia con el separatismo, que se vuelve a hacer notar con su posicionamiento favorable al indulto de los separatistas, está dilapidando la herencia sociológica que tanto le favorecía hace diez años, con el 15-M. Algunos hablan de cambio de ciclo como si se tratara de un fatum, de un destino determinista marcado por no se sabe qué reloj histórico para ahorrarse así el análisis y la crítica a la propia vacuidad situacionista característica del podemismo (y del propio 15-M).
Cuando Iglesias llegó a la vicepresidencia se aburría. Esta fue su labor. Y ahora ocupan los Ministerios de Consumo, o de Trabajo, y sube el recibo de la luz y la electricidad más que nunca. Lo de cabalgar las contradicciones es un juego teórico que no puede durar mucho tiempo. Y es que, como decía nuestro José Cadalso en sus Cartas marruecas, “el hacer una cosa y escribir la contraria es el modo más tiránico de burlar la sencillez de la plebe, y es el medio más poderoso para exasperarla”.
Antonio Maestre, esa encarnación personal del podemismo que hace de periodista, y para el que todo aquel que se distingue, y ya no digamos si se opone a su figura, es un neofascista (rígida figura, la del sectarismo), anda disparando tuits a discreción a propósito de la irrupción de Ana Iris Simón en este momento de caída libre del podemismo para advertir de la peligrosidad, según él, del rojipardismo o tercerposicionismo, también llamado nazbol.
Para salvar los trastos de la nada podemita, Maestre se pone a su servicio, al de la nada, para advertir del peligro del fascista disfrazado de izquierdista. Así, Maestre ha señalado con dedo acusador a aquellos que según él se encuentran en esa corriente, que parece que tiene cierta pujanza. Sobre todo porque muchos la han asociado con el discurso de Ana Iris Simón en presencia del presidente del Gobierno.
¿Y qué reclama este rojipardismo?
Reclama que la nación, esa realidad antropológica que sobre todo la izquierda convirtió en sujeto soberano, no perezca ante las embestidas del separatismo, y que tampoco se agote demográficamente. Y por aquí iba el discurso de Ana Iris Simón.
En España se está financiando la ficticia plurinacionalidad en perjuicio de la supervivencia de una nación real envejecida y con unos índices negativos de fertilidad femenina. En pleno agotamiento nacional, tras el revulsivo pandémico, tenemos una nación endeudada y parada o en ERTE, pero todavía fantaseando con fuegos artificiales regional-identitarios. Y usando pólvora del rey, claro. A toda posición que busca combatir esa situación, Maestre y toda una pléyade de periodistas que trabajan en ese sentido quieren encapsularla como rojipardismo. Es decir, de nuevo facha. Pero facha disfrazado.
Pues bien, si el rojopardismo significa el combate contra aquellos posicionamientos hechodiferencialistas que, bien sea a través de un abierto separatismo, bien sea para sacar ventaja autonomista, buscan beneficio político en el hecho de las diferencias regionales, yo me declaro rojopardista.
Si lo que combate el rojopardismo es la pretensión de que el hecho de ser gallego, catalán o vasco tenga un plus sobre el de ser español (como si esto no fuera suficiente para participar de la vida política de pleno derecho), yo me declaro rojopardista. Si gallegos, vascos y catalanes somos algo políticamente, lo somos como españoles y no como vascos, gallegos o catalanes.
Cualquier español, da igual en la región en la que nazca o habite, forma parte de la nación española como cualquier otro. Esta condición de cualquiera es lo que el hechodiferencialismo quiere destruir. Si el rojopardismo significa, en este contexto polémico (dialéctico), la reivindicación de que todos los españoles somos cualquier español, yo me declaro rojipardo.
Yo, rojipardo, reivindico, sí, nuestro derecho como españoles a ser uno cualquiera y a ser tratados en cualquier parte de España como uno cualquiera. Ni más ni menos.