Les supongo al tanto de la historia del burrito Galileo. Tras ser abandonado por su dueño, llegó en un estado lamentable al centro de acogida de animales de Huelva. Allí ha convivido con perros durante tres meses.
El resultado causa asombro. Galileo olfatea como los perros, mordisquea como los perros y hay quien dice que hasta intenta ladrar. Los veterinarios aseguran que el asno ha llegado a creer que es un perro, y lo justifican por la gran empatía de estos equinos hacia los seres con los que cohabitan.
Ahora que la Psicología encumbra la empatía como uno de los rasgos característicos -si no el mayor- de la inteligencia emocional, y ahora que el Gobierno nos la reclama para facilitar "el reencuentro" a propósito de los indultos, era muy difícil evitar la tentación de asociar las peripecias de Galileo y las de Pedro Sánchez, sea dicho con todos los respetos para el animal y para el presidente.
De lo más atinado que he leído sobre el perdón a los líderes del golpe separatista es la tribuna de Virgilio Zapatero en estas páginas el pasado martes. El artículo es tan preciso en el análisis, tan rico en matices y tan templado en el juicio que sería temerario intentar resumirlo en cuatro palabras, por eso invito a leerlo aquí de pe a pa.
Dicho lo cual, uno, que tiende a la síntesis por deformación profesional y se inclina a la imprudencia por naturaleza, cree que podría condensar la opinión del viejo ministro de González en lo tocante a los indultos, ya que no en cuatro, en cinco palabras: "sí, pero; no, sin antes". Y he de decir que comulgo con su tesis.
Personalmente, firmaría mañana mismo el perdón a Junqueras si sirviera para allanar el camino que devuelva la concordia al país, asumiendo el riesgo de que se fracasara en el intento y sin exigir unas garantías que hoy nadie puede dar.
Ahora bien, ese paso no puede ser un salto en el vacío. Se necesitan argumentos sólidos que justifiquen la "utilidad pública" de una medida extraordinaria y, por tanto, atar unos mínimos compromisos como punto de partida. Y si se pretende tratar a los ciudadanos como a adultos, transparencia.
Hasta ahora, Sánchez sólo ha puesto sobre el tapete bonitas palabras y buenos propósitos. También la promesa de reeditar oscuras mesas de diálogo al margen del Parlamento y vetadas a los medios de comunicación. Eso no es dejar atrás "un mal pasado" y abrir "una nueva etapa", como proclama el presidente, sino más bien reincidir.
Y aquí es donde llega la alargada sombra del pobre Galileo. A ver si en esto de empatizar, a Sánchez le va a pasar como al burro de Huelva, que de tanto juntarse con una especie que no es la suya, acaba asumiendo las costumbres, las prácticas y hasta las manías ajenas. Oírle hablar del "conflicto" entre España y Cataluña, denominar "venganza" y "revancha" a aplicar las sentencias de los jueces o asumir la "bilateralidad" en el trato con las autoridades autonómicas son malos síntomas.