Una de las pocas personas (poquísimas, diría yo) que ha ganado con la edad es la reina Sofía de Grecia. Cuando llegó a España estaba recién casada con el príncipe Juan Carlos, mal llamado Juanito, y aunque le embargaba el enamoramiento, no hablaba ni papa de español.
Las primeras imágenes que circularon de Sofía eran las de una chica sencilla que llevaba el pelo cardado y vestía de azafata. Esa es quizá la imagen más común de la entonces princesa.
Buscando fotos también la he encontrado en un par de ellas luciendo abrigo de visón. Flaco favor a su actual imagen ecologista. La princesa Sofía se refugió en los paños finos, convirtiéndose luego en una de las reinas más ejemplares de Europa.
Se acabaron los zorros, chinchillas, astracanes y visones rapados. Para mí que en aquel cambio influyó mucho su hermana Irene, la menor de la familia, que cultivaba las filosofías orientales y hacía parada y fonda en la India.
Ya no hubo más pieles en internet. La princesa Sofía mostraba al fin su versión más auténtica: con abarcas menorquinas, marinera y vegetariana, siempre rodeada de niños y animales. Todos los veranos encabezaba la suelta de tortugas en Cabrera. También inició a sus nietos en los secretos de los delfines, en Calviá.
El aura verde de la reina Sofía iba in crescendo. En un viaje que los monarcas hicieron a Australia y Nueva Zelanda, la reina se erigió en protagonista indiscutible de las fotos con animales. La recuerdo rodeada de canguros o con un koala en brazos.
Unos cambios han llevado a otros. A las infantas dejó de llamarlas Elena o Cristina para llamarlas sólo infantas, como repetía una y otra vez para que se nos quedara bien grabado a los periodistas.
Hace un par de días, la reina salió al campo para manifestarse contra la basuraleza. No es la primera vez que doña Sofía encabeza una batida de este tipo, y tampoco será la última. Hacía un calor africano, pero no se arredró. Cargada de sacas de plástico, estuvo toda la mañana trajinando como una voluntaria más. Es el cuento más hermoso de la reina verde. Basado en hechos reales, por supuesto.