Toda pandemia arrastra su pesadilla, pero no hay pesadilla más siniestra que la muerte. Y no lo digo sólo por los cadáveres que se han amontonado a lo largo de las sucesivas olas. No tendremos suficientes dedos en las manos y en los pies para contar el número de víctimas en las residencias de mayores. Ahora sé que no estábamos preparados para digerir aquel horror que nos ofrecían diariamente los telediarios.
En el segundo año de la pandemia, cuando las muertes comenzaban a amainar, de la India vino un barco cargado de variantes delta que nos dejó sin capacidad de reacción. Era como volver a empezar.
Sin embargo, las devastadoras muertes por Covid no han venido solas. A ellas hay que sumar las muertes inesperadas. Y es que nunca como ahora se nos ha muerto tanta gente por sorpresa.
Creo que fue en junio de 2020 cuando murió Pepe Martín, el actor que siempre cargó con el sambenito de El conde de Montecristo, aunque su sabiduría fue siempre mucho más allá. Pepe murió de un sablazo en el corazón, mientras esperaba su turno en una clínica de Madrid. En un tiempo fuimos muy amigos, pero después las cosas se torcieron y dejamos de hablarnos, aunque manteníamos relaciones cordiales cuando coincidíamos en alguna parte.
Pepe llevaba muchos años casado con Silvia Lagos, argentina, a la que todo el mundo llamaba Silvia Martín porque su matrimonio era un prodigio de unidad. Realmente, yo no llegué a saber que se apellidaba Lagos hasta que leí la esquela.
Apenas tenían familia, sólo dos sobrinos, uno de los cuales acogió a Silvia en su apartamento de Torredembarra tras la muerte de Pepe. Estaba desorientaba y había dejado de comunicarse. La muerte de Pepe, y anteriormente la de Natalia del Pozo, la sumieron en un profundo silencio. Juan Cruz le dedicó una amorosa despedida como homenaje a la mujer que lo fue casi todo en Espasa. Los ancianitos académicos nunca se sintieron mejor tratados.