“Que los dos medallistas fuéramos negros le joderá a mucha gente”. Leo ese titular y a un montón de gente compartiendo la noticia con un “que se jodan” y algún “que rabien”.
Yo no sé a quién se refieren porque, aunque los he buscado, no he encontrado a nadie enfurecido porque gane una medalla un deportista negro. Quizás no le haya entusiasmado a algún aficionado porque prefería que ganase otro participante, como pasa con todos los deportes, que cada cual tiene su favorito.
A mí, sin ir más lejos, me da igual que sea negro que blanco, que verde. Porque me la trae al pairo quién gana y quién deja de ganar. Independientemente de su raza, religión, identidad sexual, ideología o intolerancias alimentarias. Como mucho, iré con el que tenga los ojos más bonitos o le quede mejor la equipación.
Me pasó lo mismo hace unas semanas, con aquella portada de dos chicos besándose. Leí a un montón de gente quejándose de otra gente a la que le había escandalizado, pero no leí a esa gente escandalizada. Y mira que estuve intentado localizarlos. Con ahínco, voluntad y perseverancia. Como solo se buscan las cosas que uno ha perdido cuando aún las quería.
Pues nada. Ni medio escandalizadito. Pero un buen número de escandalizados porque los escandalizados se habían escandalizado.
Hace nada, también, con el saltador que hacía ganchillo mientras presenciaba la final de trampolín. Se alegraban, ufanos, de la de gente a la que aquel gesto les indignaría. Oigan, nada. No encontré indignados por aquello en ningún lugar. Creo que la única indignada era yo, y no porque hiciera punto, que me parece fetén, sino porque estaba ahí concentrado en el crochet y pasando del esfuerzo de sus compañeras. Podría parecer que estaba allí más por la sombra que por interés.
Son sólo tres ejemplos, hay más que espacio tengo yo para esta columna, pero me parecen sintomáticos de nuestros tiempos. De este populismo tribal que funciona más en la reacción que en la acción y al que, como un San Jorge jubilado, si no hay dragones que vencer, se los inventa.
El problema es que con esto lo único que se consigue es prostituir las causas justas de las que se parte. Nadie en su sano juicio puede estar a favor del racismo, la homofobia o el machismo, disculpen la obviedad.
Pero este narcisismo exagera irresponsablemente problemas reales, que no necesitan ser hiperbolizados, para autopercibirse y presentarse, narciso, como elevado y virtuoso, pervirtiendo reivindicaciones legítimas y agravando aquellos problemas que se jacta de querer paliar.