Nací mujer, pero nunca me consideré una heroína por el hecho de serlo. Durante mi niñez jamás me calcé los tacones de mi madre para arrastrarlos, pasillo adelante, como si fuera una artista. Me gustaba ser niña y, además, tonta. Jugaba a papás y mamás, a médicos y enfermeras, a bailarinas y trapecistas.
Cuando cumplí 14 años, empezaron a gustarme los chicos. A los 18 seguían gustándome. Y a los 30, y a los 50, y así hasta el final. Si no fuera porque ahora toca que me gusten las mujeres, haría colección de chorbos. Sin embargo, lo que son las cosas, cada día se aparece en mi vida la historia de una mujer nueva.
Es un mundo que me inquieta, el de las mujeres que aman a otras mujeres. Buena parte del feminismo tiene su mirada abierta al lesbianismo, aunque a lo mejor las miradas son mutuas.
Últimamente se habla de Carmen Laforet, a quien descubrí gracias a Nada, novela ganadora del Premio Nadal, hace ya la torta de años.
Descubrirla y perderla de vista fue todo uno. Laforet se difuminó entre las brumas del tiempo y no volví a saber nada hasta que, en plena pandemia, los periódicos recogieron la noticia de su centenario.
Laforet debe su fama a Nada, la novela existencialista con la que se dio a conocer. Carmen había nacido en Barcelona, en el número 36 de la calle Aribau, un célebre esquinazo en el que no sólo vivió la escritora sino también Andrea, la protagonista de su laureada novela.
La escritora mantuvo su actividad literaria gracias a su marido, Agustín Cerezales, periodista y critico literario del que se separó en 1970, y también gracias a Ramón Gómez de la Serna, con el que mantuvo una tupida correspondencia que está recogida en un libro.
Pero no sólo de los hombres vivió Laforet. También fue conocida su amistad con la polideportista Lilí Álvarez, así como con Elena Fortún, autora de la célebre serie de novelas infantiles Celia.
Elena Fortún vivió en una época en la que se hizo fuerte el feminismo. Fortún, que en realidad se llamaba Ernestina Aragoneses, mantuvo estrechas relaciones (vitales e intelectuales) con María Rodrigo, Carmen Laforet, Matilde Ras y Ernestina de Champourcín, del grupo de vanguardia conocido como el Círculo Sáfico de Victorina Durán.
Matilde Ras nació en Tarragona y vivió en Cuba. Eran años pujantes para el feminismo y el lesbianismo, aunque no necesariamente se manifestaban unidos. La República fue una magnífica plataforma para el desarrollo de las actividades públicas y privadas de las mujeres.
Victorina Durán fue escenógrafa, pintora, catedrática de indumentaria, participó en la fundación del círculo sáfico y en sus memorias dejó testimonio de su apasionada militancia en el lesbianismo.