Casi más que con el volcán, estoy fascinado con los vulcanólogos. Ninguno es volcánico. El gremio es de una impasibilidad admirable. La distancia con su objeto de estudio, la renuncia a toda mímesis, los diferencia brutalmente de nuestros politólogos, esos científicos de argumentario partidista. Si los vulcanólogos tuviesen la misma relación con los volcanes que los politólogos con la política, irían echando fuego por la boca como faquires.
Entre todos, habló un vulcanólogo poco después de la erupción con una frialdad y una parquedad que parecía Juan Rulfo en la entrevista de Soler Serrano. Había que sacarle las frases con sacacorchos. Sus respuestas eran cortas pero certeras, y quedaba siempre coleando un silencio hasta la siguiente pregunta que sí se cargaba de lava inquietante: esa lava transparente de los vacíos en la tele.
Entre las cosas que dijo, la mejor fue esta: "Ha sido de manual. El volcán ha hecho lo que tenía que hacer". Aquí sí se aprecia la satisfacción del especialista con la falta de previsibilidad de su materia. El volcán obediente de lo que el vulcanólogo había estudiado. El volcán, al fin y al cabo, plegándose a lo que han hecho siempre los volcanes.
Otro vulcanólogo dijo un símil que me conquistó: "Lo que sale es como la cabeza de un pelotón ciclista, no se sabe cuántos vienen detrás". Esa relación de los ciclistas con las montañas, aunque sean volcanes. En el Giro se llegó a subir el Vesubio, que era precioso. Dijo también: "La lava se mueve al paso de una persona". Y me imaginaba una mascota de fuego; gigante, naturalmente, y despiadada con su amo.
No me olvido de las víctimas, de esas personas que lo han perdido todo, como aquellas que tenían que abandonar su pueblo porque lo inundaba un pantano. Esta vez ha sido un pantano ardiente, y sin tiempo para la mudanza. Lo que pasa es que la realidad es insoportablemente múltiple. La devastación es compatible con el espectáculo. El fin del mundo como obra de arte, tituló un libro Argullol.
Todos lo perderemos todo algún día, y la Tierra perderá al ser humano. Y el universo perderá a la Tierra. Tal vez la impasibilidad de los vulcanólogos se deba a esta mirada del tiempo largo, en que ya lo dan todo por perdido.