Sólo hay algo peor que un hombre que esconde algo: un hombre que no tiene nada que esconder. Jordi Évole, con ánimo socrático y sin demasiado esfuerzo, desnudó en la noche del domingo al quiromántico de la política española. Iván Redondo trató sin fortuna de encubrir el cartón que media España creyó auténtico, mientras titubeaba y lanzaba anglicismos vacuos (stakeholders, back office, situation room), como zarpazos defensivos, mientras se asfixiaba en su propio humo.
Los éxitos de Redondo tienen más que ver con su falta de escrúpulos que con su talento. La aritmética parlamentaria está al alcance de un niño de primaria, pero para sumar con Podemos, EH Bildu, ERC, PDeCAT y Compromís hace falta algo más, o algo menos. Consumada la moción de censura se centró en explotar la fotogenia de Pedro Sánchez, convencido de que entre foto y Falcon cuajaría como hombre presidenciable.
Iván Redondo cultivó una imagen de poder en la sombra. Pero resulta que la oscuridad no es donde se oculta la astucia, sino donde se disimula la mediocridad. Y aunque su influencia sobre el presidente fuera tan real como se contaba, ¿hasta qué punto puede uno presumir de haber movido los hilos de Pedro Sánchez? Si en algo estuvo acertado Redondo fue en negar la autoría de frases y discursos pronunciados por el presidente.
Por lo demás, fiel al estilo de su exjefe, Redondo apenas contestó a nada. Al principio parecía discreción. Resultó ser que no tenía mucho que decir. Todo es una farsa, como demuestra la frase robada a El ala oeste de la Casa Blanca: “El lenguaje presidencial, hay que ser presidente para poder usarlo”. Debimos sospecharlo: si te puede sustituir Óscar López, el cargo no era para tanto.
Ver a un hombre arrinconado ante sus contradicciones es un paisaje triste. Me provocó apuro, lástima. Hasta que recordé el lugar insignificante que la ética ocupa en su discurso. “Los indultos se produjeron y la vida sigue”. Perfecto resumen de una fórmula de éxito que no proviene de un algoritmo desarrollado en el MIT o la Harvard Kennedy School, sino de la confianza en la docilidad de sus medios y la indiferencia de los ciudadanos.
Tras la entrevista del domingo, propios y extraños se han burlado de la desmaña del spin doctor. Como si en la Moncloa no siguiera quien le entregó el poder y anteayer quiso hacerle ministro.