La semana pasada, EL ESPAÑOL conversó con Sergio Pérez, un hostelero que se quejaba de la dificultad para encontrar camareros para su restaurante. Lo atribuía a la falta de ambición y a las escasas ganas de trabajar que tienen algunos desempleados.
Según Pérez, se trata de un problema cultural. Los españoles se niegan a aprender, desaprovechan las oportunidades y, para colmo, preguntan “por el sueldo y por si librará el fin de semana”. ¡Qué desfachatez! El propio Pérez confiesa, con inaudito orgullo, que él trabajó gratis en un restaurante.
Otros hosteleros entrevistados se mostraban más empáticos con los camareros, pero la conclusión era la misma. La falta de trabajadores no tiene que ver con la degradación de los salarios, sino con la escasa cultura del esfuerzo y la falta de ambición.
Yo ya estaba cargando el revólver cuando leí la réplica de los camareros denunciando lo que sabemos incluso quienes conocemos el sector como vulgares clientes. Ni se respetan las horas de trabajo, ni se pagan las horas extra, ni se libra dos días a la semana como dicta el convenio. La hostelería es sacrificada, dicen.
De acuerdo, por eso deberían aumentar los salarios. Apelar al sacrificio que exige un oficio no puede ser la excusa para pagar menos. Al contrario, debería ser el motivo para pagar más.
Porque salvo algunas excepciones, las personas trabajan para costear su vida y la de sus dependientes, es decir, trabajan por dinero. No tienen ganas de trabajar porque sí y eso no debería ser una sorpresa para nadie.
No se me escapa que el margen de beneficio de muchos hosteleros es ajustado y por eso me quedé pensando en una frase del chef Adelf Morales: “La misma gente que se queja de las malas condiciones del sector hostelero es la que sale a cenar un sábado o un domingo a las 10:00 de la noche”.
Tal vez el problema de la hostelería no sea solo el modelo de negocio, sino también el modelo de consumo, del que todos somos responsables. Morales apunta una contradicción similar a la de quien viste prendas low cost al tiempo que denuncia las condiciones de quienes las confeccionan en Bangladesh.
Claro que todo empieza por que los hosteleros cumplan los convenios y paguen por cada hora trabajada. Pero quizá hace falta un esfuerzo por parte de todos para hacer que la hostelería sea más sostenible. Quizá para que las condiciones cambien, los clientes tengamos que asumir que comer fuera cuesta más de lo que estamos acostumbrados a pagar.