La política marroquí en el último medio siglo sobre Ceuta, Melilla, Canarias y las llamadas plazas de soberanía española en el norte de África (peñón de Vélez, Alhucemas, Chafarinas, Perejil, etcétera) es una amenaza explícitamente anexionista.
Hay que saber que, por más que se quiera enmascarar diplomáticamente, el Reino de Marruecos es la única nación extranjera que amenaza a España con la adhesión de una parte del territorio nacional. Desde su declaración de independencia en 1956, Marruecos ha reclamado por vía diplomática, pero también por presión migratoria o alguna acción armada, esos territorios españoles.
El 7 de octubre de 1960, el representante del Gobierno de Marruecos, en una intervención ante la Cuarta Comisión de la Asamblea General de la ONU, y en alusión a Ceuta y Melilla, dijo lo siguiente: “Estas ciudades y territorios son parte integrante de Marruecos y los estatutos que actualmente las rigen son contrarios al derecho internacional e incompatibles con la soberanía e integridad de Marruecos”.
Pocos años después, el 14 de diciembre de 1966, el delegado de Marruecos, en la Cuarta Comisión de la Asamblea General de la ONU, apoyó la reivindicación de España sobre Gibraltar: “La descolonización de Gibraltar es una buena cosa para Marruecos, pues el caso de Gibraltar en España refleja con exactitud otros dos casos marroquíes. Resuelto el problema de Gibraltar, en el sentido de la descolonización, será ocasión de demostrar el carácter irrefutable de nuestros argumentos, que son exactamente los utilizados por España para hacer valer sus derechos sobre Gibraltar”.
Sobre esta asimilación, completamente capciosa, incidió de nuevo el propio rey Hassan II en unas declaraciones hechas desde París el 29 de noviembre de 1976. Afirmó que “el asunto de Ceuta y Melilla es un asunto solucionado”. Y agregó: “El día que España tenga Gibraltar, ninguna potencia del mundo permitirá a España la posesión de las dos puertas del Estrecho. Es imposible. Ningún país posee las dos orillas de un estrecho y, en este momento, como es lógico, España nos remitirá Ceuta y Melilla. Este asunto se ganará. Es inútil gastar nuestras energías y ensombrecer unas relaciones que apenas acaban de salir de las nubes”.
Asunto, sí, solucionado. Pero que, sin embargo, todavía dio para que, en noviembre de 1981, el que fuera primer ministro de Marruecos, Maati Buabid, lo presentara como parte importante de su programa de Gobierno: “La unidad territorial de Marruecos no puede ser total ni íntegra sin la recuperación de Ceuta, Melilla y las islas mediterráneas. Recordarán ustedes la declaración que S.M. el rey hizo a este respecto, en la cual el soberano subrayó el lazo lógico que existe entre la restitución de Gibraltar a España y nuestra recuperación de Ceuta y Melilla”.
Además, España mantiene un contencioso con Marruecos, relativo a la República saharaui (antiguo Sáhara español) y sus pretensiones de anexión de este territorio, desde la llamada marcha verde de 1975, impulsada por Hassan II. Asunto que interfiere constante, aunque guadianamente, en las relaciones entre España y Marruecos.
De hecho, el 11 de julio del año 2002, Marruecos, tras haber retirado su embajador de España (como consecuencia de una votación, en el Parlamento andaluz, favorable a la república saharaui), desplegó unidades militares sobre la isla Perejil, lo que produjo una respuesta inmediata por parte del Ejército español que implicó el desalojo de la ocupación marroquí.
En aquella ocasión, muchos españoles, algunos de ellos parlamentarios, vieron en ello un acto de soberbia por parte del Gobierno español (en ese momento presidido por José María Aznar), mostrándose incluso favorables a los derechos “geográficos” de Marruecos sobre la isla en cuestión.
Al final, el conflicto se resolvió con la mediación del Gobierno de los Estados Unidos (con el recién fallecido Colin Powell a la cabeza), volviendo la situación al statu quo que compromete a los gobiernos español y marroquí a mantener la isla deshabitada. Un conflicto, en todo caso, que algunos ven como factor clave en el posterior atentado del 11-M, en 2004.
De nuevo, en mayo, Marruecos permitió (o instó) a que inmigrantes presionaran sobre la frontera española por Ceuta (hasta saturarla) como represalia. Al parecer, por la atención médica hospitalaria que un líder saharaui, Brahim Gali, recibió en España. Hoy, en plena crisis energética y en rivalidad con Argelia, Marruecos permite que una empresa privada instale una piscifactoría en aguas jurisdiccionales españolas, cerca de los Chafarinas.
La relación entre España y Marruecos está marcada por esa amenaza anexionista, que es para España un factor de debilidad exterior (geopolítica) e inestabilidad interior. Una amenaza que ahí sigue, a pesar de su intento de enmascaramiento con propaganda pánfila por parte de los distintos gobiernos españoles.
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