Dice la izquierda que los que afirman "no ser de izquierdas ni de derechas" son de derechas. Pero no siempre es así. Miren lo que dicen, coma arriba coma abajo, los de la España vaciada: "Se equivocará quien analice el fenómeno de la España vaciada en términos de derechas e izquierdas". Probablemente piensan que los de la España rellenada somos todos idiotas y vamos a tragar con ese caballo de Troya.
Vamos a despejar todas las dudas. Los de la España vaciada no es que sean de izquierdas: es que van a tardar menos en arrimarse a Mertxe Aizpurúa, Jaume Asens, Gabriel Rufián, Joan Baldoví y el resto de nacionalistas de fueros y campanario del Congreso de los Diputados que en recoger su acta y empezar a cobrar de los Presupuestos Generales del Estado. Es más: pronto empezarán a aflorar los vínculos de la España vaciada con Unidas Podemos. Al tiempo.
Hay una segunda frase recurrente: "Madrid no entiende X". En el espacio de la X pongan ustedes su comunidad, provincia, pueblo, caserío, horda o clan preferido. La idea es que el folclore regional, los dialectos serranos, la gastronomía local y el costumbrismo provincial son un arcano al alcance únicamente de la inteligencia de aquellos afortunados que han tenido la inmensa suerte de nacer en el epicentro del asunto.
La cosa, por supuesto, no es recíproca. Por lo visto, uno de Cosculluela de Fantova entiende a los madrileños y hasta a los neoyorquinos y los tokiotas como si los hubiera parido.
Siendo catalán, los pucheros de la España vaciada me suenan. Llevo toda la vida oyéndolos en boca de los golfos apandadores de mi pueblo, que es Cataluña. Así que comprendan que me ponga en guardia. En España sólo lloran los devotos al paso de la Macarena y los que quieren meter la mano en tu cartera, a poder ser abroncándote por insolidario mientras lo hacen.
Y las pistas están ahí para el que quiera verlas. Para empezar, el propio nombre de la cosa: España vaciada. Es decir, el victimismo y el agravio siempre en la boca, quizá el rasgo más distintivo de la izquierda (y del nacionalismo) del siglo XXI.
Porque aquí nadie ha vaciado nada. En todo caso deberíamos hablar de la España vacía. ¿Pero qué hacemos si los españoles, en el ejercicio de su libertad, han decidido vivir en otros lugares más amables y rentables? ¿Los redistribuimos a la fuerza para que los 8.131 municipios españoles tengan todos el mismo número de habitantes?
La idea, claro, es que si Teruel tuviera los hospitales, las carreteras, las universidades, la población y las inversiones de Madrid, estaría reventadito de gente y competiría con California. Pero entonces ya no sería Teruel. Sería el Madrid de Aragón. Puro y duro centralismo respecto a La Puebla de Valverde, Alfambra o Camarena de la Sierra. Y entonces el victimismo se desplazaría de nuevo hacia la periferia y los habitantes de los pueblos que rodean Teruel se quejarían amargamente de ese sempiterno centralismo que hace que los turolenses prefieran vivir en la capital de la provincia antes que en las aldeas de la Sierra de Javalambre.
La segunda pista es que lo que está pidiendo la España vaciada no es que los líderes políticos locales apliquen en su región las mismas políticas que en Madrid atraen empresas, profesionales e inversiones, sino que los beneficios generados por estas sean centrifugados (en mayor medida de lo que lo son ya) en su dirección. Es decir, lo mismo que piden los barones socialistas con Ximo Puig a la cabeza, el PNV por boca de Iñigo Urkullu y, por supuesto, los independentistas catalanes.
La tercera pista es que ninguno de los portavoces de la España vaciada ha mostrado el menor interés por asuntos que vayan más allá de su vecindario. Dicho de otra manera, en el Congreso de los Diputados, una cámara de representación nacional, se va a negociar la liberación masiva de los presos de ETA a cambio de rotondas.
Pero si el Congreso se convierte en un zoco de intereses locales, ¿qué pintan entonces el Senado, las Diputaciones y los Parlamentos autonómicos? ¿Para qué los necesitamos? Finiquitemos instancias intermedias y eso que nos ahorramos. Convirtamos el Congreso en una convención de alcaldes y concejales de urbanismo y arreando.
La cuarta pista es su llamativo pasotismo respecto a la única verdadera desigualdad estructural del sistema político español: la que beneficia al País Vasco y Cataluña en detrimento del resto del país con Madrid (sí, Madrid) a la cabeza.
En realidad, bastaría con que el País Vasco empezara a aportar a la caja común en la misma medida en que lo hace no ya Madrid, sino Andalucía, para que todos los déficits en infraestructuras y servicios de la España vacía desaparecieran en una sola década. De Cataluña, esa Cataluña en la que se decide hasta cuántas botellas de cava pueden producir los viticultores extremeños, ¿qué decir?
Pero entre cantonalismos no se van a pisar la manguera. La España vaciada sabe perfectamente que el problema español no es el centralismo, sino el periferismo. Pero su objetivo no es solucionar el problema, sino sumarse al momio.
El único argumento a favor de la España vaciada que compro es el cínico. "Si los nacionalistas se lo han llevado crudo durante 40 años a fuerza de chantajes, ¿por qué no hacer nosotros lo mismo?". Ese sería un argumento racional e incluso comprensible. Que conduce al país al abismo, cierto. Pero racional y comprensible.
El negocio para el PSOE es redondo. Según el análisis de EL ESPAÑOL, la España vaciada podría obtener hasta 15 escaños y quitarle cinco a los socialistas y seis al PP. Es decir, el PSOE perdería cinco asientos en el Congreso, pero ganaría 15, y el PP perdería seis sin obtener nada a cambio.
A pesar de eso, dice el PP que no ve peligro para él en la España vaciada. Puede ser: últimamente aciertan en todo.
Un dato más. El escaño del diputado de Teruel Existe costó 19.000 votos. A Íñigo Errejón le costó 190.000. Mirémoslo al revés: el voto de los ciudadanos que optaron por Errejón tuvo un valor diez veces menor que el de aquellos que votaron a Teruel Existe. ¿Por qué? ¿Qué justifica una desigualdad como esta? A la hora de hacer balance de las ventajas y desventajas de vivir en la España vaciada, ¿cómo valoramos el hecho de que el voto de un turolense valga diez veces más que el de un madrileño?
Ojalá en 1978 hubiéramos sido lo suficiente perspicaces para prever lo que ocurriría tras convertir las regiones vasca y catalana en nacionalidades. Hoy ya es tarde para ello y muchas de las desigualdades generadas por la Constitución de 1978 parecen haber sido aceptadas mansamente por los ciudadanos españoles.
Pero, convertido el Congreso de los Diputados en un mercadillo de buhoneros donde unos Presupuestos Generales del Estado dependen de que el Gobierno obligue a Netflix a emitir en catalán, evitemos por lo menos sumar a los del top manta cantonal al lío.