Tuvo que venir un virus a conseguir lo que no pudo jamás ningún novio mío: retirarme de la rumba. La noche de autos mereció la pena, que es lo importante. Creo que bailamos descalzos como Cayetana de Alba y Lola Flores en las ferias húmedas y que mi amigo Madueño llevaba el compás nivel mago, sin salir al rescate con las manos del cigarro de la boca que no se le apagaba nunca, un cigarro levitante que duró apenas un siglo, pero ahora quién puede asegurarlo. Luego un antígenos astral se rifó nuestro destino: puerta grande o enfermería. Y fue enfermería, pero bien jugado.
Ahora llevo ya unos días secuestrada en mi casa, pintándome los labios como una folclórica doméstica, arrastrando la manta por el pasillo como si fuera una bata de cola y acojonada por mi propio buen humor -¿será esto la locura?-. Me echo Gucci Bloom en el cuello al estilo agua bendita porque la libertad se pierde pero el estilo nunca. La otra tarde pedí vino blanco y frambuesas, no sé muy bien por qué. Quizás estaba intentando seducirme: soy lo que tengo y me caigo bien. En peores garitas hemos hecho guardia.
He sacado las galas, digamos, nocturnas, las batitas de seda, en un intento desesperado por parecerme más a Grace Kelly en La ventana indiscreta que a Bridget Jones habitando el pijama de franela, pero da igual lo lejos que corra hacia adentro: no puedo evitar ser la hermana pachorra del Gran Lebowski y escuchar música tumbada en la alfombra mientras la civilización occidental se agrieta. I can’t be worried about that shit. Life goes on, man. Sueño con emborracharme en una bolera. Me pinto las uñas. Tengo más provisiones de tabaco que la estanquera de Vallecas, pero ni rastro de los rizos de José Luis Manzano. Tomo una decisión solemne en conversación conmigo misma: mi parte favorita del cuerpo masculino, definitivamente, serán siempre los brazos. Y de ahí no me bajo, digo, como si alguien aquí fuese a contradecirme. Canto Triana Pura: qué le estará pasando al probe Migué, que jase mucho tiempo que no sale.
Una es un poco díscola en casi todo, pero conservadora en lo gastronómico: así que he calculado mal y he pedido cantidades ingentes de marisco para nochebuena, legiones de carabineros galácticos que cocinaré a la plancha con un poco de Jack Daniels, como he visto tantas veces hacer a Dani en nuestras noches aristócratas de puros y palique. Qué les puedo decir: me lo merezco. He recibido dulces y flores de mis amigos; mi familia ha montado un drama nacional por nuestra separación momentánea y les he tranquilizado mandándoles a todos el mismo mensaje: lo mismo en un rato me pongo a llorar, pero ahora estoy de puta madre. No me queráis tanto y temedme cuando salga. Incluso invitaría al rey Juan Carlos a cenar, si se dejara, ahora que ni su hijo le menta.
Pasan las horas y no lloro, qué extraño, con lo que me gusta a mí llorar. No puedo siquiera estar seria, pues vivo como quiero -es tan grave esa frase, en verdad-. El vino está fresquísimo y el foie de pato nos diferencia de los hijos de puta. Lo único que me apena de no haber ganado la lotería es no poder gastármela en multas por no volver a ponerme la mascarilla por la calle: léeme los labios, Pedro. "Cuando estoy contenta / soy espléndida / tan alegre de estar sola", decía Cristina Peri Rossi. "Y el placer de tirar la ceniza en el suelo / sin que nadie te riña", decía Gloria Fuertes. "Mi vida interior son seis copas en ayunas frente a un piano", dice Alvite en el libro que me ha dejado Ángel. Sonrío un poco. Necesito un piano.
No estamos tan mal, al cabo. Venga, hombre. Decía Brendan Behan que lo más importante en este mundo es tener algo que comer, algo que beber y alguien que te quiera. Yo hoy tengo las tres, por eso escribo. Le recomiendo a los míos aguantar la noche sin dejarse embaucar por el espíritu navideño y volver con sus antiguas parejas -eran algo peor que feas: aburridas-. Les prohíbo ceder al sentimentalismo imperante y mandar algún mensaje criminal y nostálgico a los fantasmas del pasado: sólo a los amigos buenos, para darles las gracias por cuidarnos siempre. Acabo de recibir uno. "Mi mundo es mucho más grande desde que te conozco". ¿Ya me vais a hacer llorar? Imposible: hoy soy una fiesta y dentro de mí hay otra fiesta. Esto acaba en after o en beso.
Me sirvo otra copa. Quizás más tarde quede con Clint Eastwood. Me apetece que alguien me mire hondo, como si tuviera miopía en pleno Oeste. A ustedes les deseo lo bonito. Brindemos por la paz y por quienes nos la perturban, como nos enseñó Fleabag. Feliz navidad.