Bigote, Bárbara, Canales Rivera, Sánchez y otras frivolidades
Érase una vez una vedette y un chulángano que tenían nombre de cuento. Bárbara se llamaba ella y Edmundo él. Bárbara era rubia como la cerveza, que diría la canción, y ambos se pavoneaban desde las alturas, como las estrellas de cine, y no precisamente de barrio. Bárbara tenía una voz profunda y grave que en los años setenta había conquistado a Alain Delon estando de paso por Madrid, y Arrocet parecía un locutor de radio que cantaba bolerazos con garganta profunda. Así cameló a Teresa Campos en su feliz programa de media tarde y así se metió en el bolsillo a las señoras mayores que le invitaban a tortitas con nata.
Bigote y Bárbara se conocieron en un concurso de Mediaset haciendo el ganso. Ella defendía a su hija Sofía, participante en un programa que le daba malamente de comer, y Edmundo no se sabe muy bien qué hacía allí, aunque es probable que cobrara un aguinaldo. Según todos los indicios, ambos andaban escasos de recursos y pasaban el cepillo siempre que la ocasión lo requería.
El caso es que el día de autos, Arrocet (diminutivo de arroz) y Bárbara (la totanera) se fueron agarraditos los dos, espumas y terciopelo, y desaparecieron en la espesura de la noche. Normal.
Al verlos irse juntos, el público comentó con nostalgia que el humorista nunca debió hacerse pasar por pelirrojo de bote. Aunque sus aires de galán eran excesivos, tenía las canas impregnadas de salitre y se miraba continuamente en las lunas de los escaparates para comprobar si le favorecía el bronceado "latin lover" que había adoptado tiempo atrás en Supervivientes.
Bigote recordaba a Marc Ostarcevic, el ex de Norma Duval, que, como Marc, también había participado en un concurso de "robinsones" y dejaba a las chicas con la boca abierta.
No hay nada como la impostura masculina, pero tanto Bigote como Ostarcevic, Agustín Bravo, Antonio Canales, Fortu o Nacho Vidal, se dejan querer por las señoras de pelo amarillo y ejercen de muñecos recortables.
Con todo, lo que menos me gusta es que ellos y ellas sean tramposos y finjan vidas que no viven. A lo que íbamos: montajes, puros montajes.
Alba Carrillo y Canales Rivera
Si Bigote y Barbara Rey han confirmado estar ennoviados, en el caso de Alba Carrillo y Canales Rivera sucede tres cuartos de lo mismo. Miento. Carrillo y Canales son más jóvenes y, por tanto, tienen menos prejuicios. Quienes los han visto atravesar la noche y zambullirse en tugurios de mala muerte dicen que llevan escritas en el rostro las ganas que se tienen mutuamente.
Alba y el ex diestro forman la típica pareja que dura lo que duran las pilas duracel. O sea, más bien poco. Canales es un hombre de ojos pequeños, fulminantes como proyectiles.
Definitivamente apartado del mundo taurino, Canales contrajo matrimonio con la que sería madre de sus dos hijos, aunque tras 12 años de vida en común, rompieron filas. Ahora, el ex torerín ha regresado a una soltería en la que se encuentra más confortable y feliz. Su estado natural, sin embargo, es el de "reincidente en novias", del mismo modo que Alba Carrillo es "reincidente en novios". Tal para cual.
En el programa Secret Story, la rubia Alba, hija de su madre (¡y vaya madre¡) manifestó abiertamente sus hostilidades con Cynthia Martínez, un bellezón que había pertenecido a la cuadra de pretendientas de Canales, que a estas alturas suman y siguen.
El es diestro ha formado parte de Secret Story, el programa de Telecinco que ha sido río revuelto (y sobre todo, ganancia de pescadores). Los contertulios del famoso debate sostienen que ni Alba ni José Antonio son expertos en parejas de larga duración. Como mucho, durarán un ciclo corto.
Pedro Sánchez
Seguimos en el ilimitado mundo de la frivolidad, que no reconoce fronteras ni en el mundo de la política. De hecho, el calificativo "frívolo" es uno de los más utilizados por el líder del PP, Pablo Casado, contra su adversario natural. Yo no iré tan lejos. Me quedo en cuestiones de imagen.
Sánchez llega a Bruselas y todo el mundo lo señala con el dedo de Colón. Por la altura, más que nada. Pero además es el único presidente que nombra ministros septuagenarios, como Castells o como Subirats. También es el único presidente al que delata el maquillaje, que mueve los remos como si fuera un balancín, o que convoca una cumbre autonómica solo para declarar obligatorias las mascarillas a campo abierto.
Según Peridis, Sánchez está utilizando como escudos humanos a los presidentes de las Comunidades Autónomas. Bien visto.
Christian Gálvez
Pasapalabra fue durante mucho tiempo el concurso estrella de la Televisión en España. Lo presentaba Christian Gálvez, un chico risueño, espabilado y con madera de casi líder. Era especialista en hombres del Renacimiento, sobre todo en Leonardo da Vinci, que había hecho todas las carreras en una: arquitecto, pintor, artista, científico, músico, inventor, poeta, filósofo, ingeniero, anatomista, biólogo y mil cosas más. A fuerza de estudiar a Leonardo y mimetizarse con él,
Christian Gálvez conoció en el plató de Pasapalabra a la gimnasta olímpica Almudena Cid, y rápidamente surgió la sintonía entre ambos. Ya no hubo quien los separara.
Lo malo estaba por venir. Pasapalabra había desaparecido de la parrilla de Mediaset cuando Christian escribió una novela histórica que lo lanzó al estrellato. El éxito estaba en marcha.
Para Christian fue un mazazo quedar arramblado del programa. La desaparición de Pasapalabra fue el principio del fin. Es posible que en ese instante germinara la separación conyugal de la pareja. Almudena y Christian daban por terminada su felicidad de once años. Ya no tenían motivo para sonreir.