Reconozco que, como optimista irredenta, cuando dijeron aquello de "poner los cuidados en el centro" pensaba que exageraban. Como todo lo "ponían en el centro", esa muletilla que adorna enfáticamente toda manifestación de la extrema izquierda cuando tiene poco que decir y menos que hacer, pensé que era una más, que no era un propósito en firme.
Pero resulta que quieren cuidarnos, como si fuésemos cachorrillos en una caja de cartón a la intemperie. Nuestros políticos quieren cuidarnos, acariciarnos el lomete, darnos besos en la frente y decirnos "cura sana" y "culito de rana" y "ea ea ya pasó". Yolanda Díaz quiere cuidarnos. "Construyendo Matria palabra a palabra. Dato tras dato". Golpe a golpe, verso a verso. Y yo es que ya no sé qué hacer con tanta cursilería institucionalizada. Al borde de la hiperglucemia me encuentro.
No es que yo esté en contra de cuidar y de cuidarnos. Faltaría más. No abogo por un mundo en el que nos pisemos el pescuezo por sistema unos a otros, instalarnos en la barbarie, dormir con un ojo abierto y por turnos. Pero me estomaga este empeño en tratarnos como a candorosos párvulos en lugar de como a ciudadanos adultos y responsables.
Yo no quiero que me cuide Yolanda Díaz. Yo de ella lo que espero es una solvente gestión, profesionalidad y resultados. Que no es mi madre ni mi tutora legal, oigan. No es nuestra institutriz a sueldo público, nuestra Mary Poppins con su píldora y su azúcar, sus cancioncillas y su deshollinador. No quiero de ella que traiga la ternura a la política. Mucho menos que instaure una política de la ternura (por dios, qué bochorno). Basta de ñoñerías, por favor. Un poquito de decoro y un respeto.
Como decía, no es que yo esté en contra de los cuidados. Pero es que los cuidados, como los besos y los consejos, o vienen de quien uno elige, y cuando uno desea, o dan un asco que te cagas. Y a eso es a lo que voy: nos están empujando a ejercer de desvalidos seres necesitados de cuidados. Nos están convenciendo de que hasta ahora todo eran peligros y abusos en nuestras vidas, hasta que han llegado ellos a salvarnos, a base de caricias y mimos, de atusarnos el flequillo y palmearnos el culete. Antes de ellos, todo era caos y desolación.
A nosotros nos cuidan y nos quieren aquellos que queremos, con los que compartimos nuestra intimidad. Nos cuida nuestra familia, nuestros amigos queridos, aquellos que en un momento dado nos cruzamos y también lo hacen por vocación o profesionalidad. Ahí es donde nosotros repartimos nuestro cariño y nuestros afectos.
Lo malo de trasladar esos conceptos que manejamos en nuestra esfera más íntima a lo político es que, sin quererlo, se trasladan también nuestras reacciones ante esos estímulos. ¿Quién sería desleal con quien te acompaña cuando te lames las heridas? ¿Quién traicionaría a ese, el único, que tanto se preocupa por ti?
No deja de resultarme curioso, llámenme tiquismiquis, que los mismos que quieren que reneguemos del amor romántico, los que quieren imponernos cómo gestionar nuestras relaciones y nuestras emociones, decirnos lo que está bien en nuestros acuerdos sentimentales más privados, quieran instaurar al mismo tiempo un romanticismo superlativo en las relaciones con nuestros representantes públicos, esos con los que, con nuestro voto, no suscribimos más que cuatro años de confianza con los que deberían cumplir para que renovemos nuestro compromiso. Nos quieren poliamorosos en la cama y monógamos en las urnas.
Yo, como dice Cristian Campos, a los políticos ya no les pido siquiera que gobiernen bien. Lo doy por perdido. Yo ya sólo les pido, a la desesperada y si hay alguien ahí que nos escuche, que nos salven de la cursilería. Por piedad.