Hay que ser muy pero que muy cínico o muy pero que muy cobarde para declararse pacifista y partidario de la diplomacia cuando se trata de Vladímir Putin. Y si algo sabemos es que Pablo Iglesias cobarde no es. Aunque se haya cortado la coleta y en Cataluña trabaje de escoba del sistema, Iglesias sigue siendo el azote del régimen.
Dice Iglesias que ahora ya no miente. Y tiene su gracia porque dice justo lo contrario, pero provoca el mismo efecto que aquel del chiste filosófico que diciendo "estoy mintiendo" acaba con cualquier posibilidad de creer y de no creer en lo que dice. Será la posverdad, pero qué más dará que mienta como que diga la verdad cuando en realidad ninguna de sus palabras ha ido nunca de eso, sino de "todo es política". Y en política ya se sabe.
Así que, aunque quizás ya no mienta, tampoco es que diga grandes verdades. Dice cosas como que la primera víctima de la guerra es la verdad o que no nos interesa una guerra con Putin. O que la geopolítica no va de valores sino de intereses y que la OTAN, a diferencia de Podemos, no se creó para defender los derechos LGTBI. Y tiene más o menos razón, claro, pero es que ya lo sabíamos.
Ya sabíamos lo de la verdad y la guerra, en parte porque él y los suyos nos explicaron muy bien lo del populismo como agonismo político y aquello de los significantes vacíos. Y sabemos también que no nos interesa una guerra con Putin, precisamente porque nosotros no tenemos que fingir que nos creemos las mentiras de Iglesias sobre el entusiasmo bélico de la ministra de Defensa.
Sabemos también que nuestra geopolítica no va de valores porque ese es el raro privilegio de las superpotencias, que se ven obligadas a defender sus valores porque pueden hacerlo, mientras nosotros nos conformaríamos con tener la energía un poco menos cara. Aunque eso de los valores, dicho sea de paso, es algo un poco raro y no me negarán el valor que tiene, y cada día mayor, el tener al menos una habitación calentita a la que volver.
Pero sabemos también, aunque eso no lo diga Iglesias, que eso no nos obliga a ser más amigos, sino mejores enemigos de Putin. Que al discutir nuestra política energética, por ejemplo, deberíamos temer a Putin tanto como al cambio climático. Por mucho que eso moleste a los antinucleares de los 80.
En fin, que sabemos un montón de cosas porque nosotros, como la gente, tampoco somos tontos. Pero a veces el problema es decir lo que se sabe. Recrearse en ello y hacerlo según el momento y la conveniencia personal o política. Eso es lo cínico.
Ese realismo tan descarnado y tan selectivo de Iglesias le lleva a decir en cuestión de segundos que la geopolítica no va de valores, pero la comunicación política sí. Y donde nada es mentira tampoco es verdad, porque ambas cosas van y no van de valores justo en el mismo sentido, que es el de usar los valores de los demás al servicio de los intereses propios.
Es el cinismo del listillo de la clase, el que presume de saber cómo van de verdad las cosas y se atreve además a decirlo cuando le conviene para quedar bien. El que usa la ironía estratégicamente y al hacerlo nos tiraniza. Lo dejó dicho David Foster Wallace en su análisis de la telebasura mucho antes de la irrupción de Podemos, uno de sus más logrados productos.
Cualquiera que se atreva a preguntarle a Iglesias en qué consiste exactamente esta paz y esta diplomacia con Putin que dice defender parecerá un histérico o un beato. Con su pose de enterado y el mansplaining o algo así con el que dice que vivimos una situación geopolítica muy compleja, Iglesias imposibilita la pregunta, la auténtica discusión sobre qué hacer y refuerza así el cinismo del asunto y al más cínico y tiránico de los involucrados, que es Putin.
La gente no es tonta, dice. Y depende, porque hay gente pa'tó. Pero el problema no es que sea tonta, sino que sea cada vez más cínica. Porque con cínicos no se ganan las guerras.