Mientras esto escribo, el Comité de Ética de la Federación Española de Fútbol elabora un informe sobre Carlos Santiso, el entrenador del Rayo Vallecano femenino del que se ha filtrado un escabroso audio de hace cuatro años en el que animaba a sus ayudantes a participar en una violación en grupo.
Santiso está sentenciado. Los programas de Deportes de las grandes cadenas lo han condenado. Lo ha condenado el secretario de Estado para el Deporte, José Manuel Franco. Lo han condenado los dirigentes políticos madrileños y también la afición rayista, que le llama "machista degenerado"; al menos la que se asoma a las redes y saca pancartas. Santiso es ya un apestado.
Sus palabras son repulsivas se miren por donde se miren y escandalizan los oídos más entrenados en la repugnancia. Pero aun así, convendría salirse de la corriente, sentarse en la orilla y plantearse si le hacen acreedor al linchamiento social. Porque me atrevería a aventurar que tendrá muy difícil desarrollar su carrera en España.
El caso Santiso es el ejemplo del cambio de paradigma en la sociedad. No hace tanto, se hubiera armado un revuelo, pero en cuanto el tipo hubiese pedido disculpas se habría agotado la cuestión. Eran tiempos en que las palabras, por insólitas o vomitivas que fueran, se las llevaba el viento.
Santiso ha pedido perdón. ¿Merece el beneficio de la duda cuando dice que nunca pensó realmente violar a nadie? No se conoce que haya cometido agresión sexual alguna. Lo que dijo, lo dijo en privado, sin imaginar que un día pudieran oírlo millones de personas...
Tal vez sea un buen hijo y hasta puede que apoye alguna causa benéfica. Pero he aquí una de las características que marcan el momento actual: conviene medir las palabras porque pueden perseguirte tanto como tus hechos.
Se están produciendo cambios profundos en la sociedad que quizás tengan que ver con fenómenos tan dispares como el ocaso de la religión, el encadenamiento de crisis económicas y la falta de perspectivas, la necesidad de reafirmar el yo en medio de un mar de incertidumbres, el triunfo de unas redes sociales que distorsionan la realidad al acabar con la jerarquía de la información y prescindir del contexto... El caso es que, de la noche a la mañana, ha surgido toda una industria de comités de ética.
La presión social que ejerció la moral religiosa está siendo sustituida por una moral urbana tan coercitiva como aquella. Y se da el fenómeno curioso de que si antes eran los mayores los más celosos guardianes de la ortodoxia, hoy son los jóvenes los que presiden el tribunal. Es muy probable que si sometiésemos a votación qué hacer con Santiso, encontráramos entre estos a los jueces más rigurosos y descubriésemos más tolerancia entre la gente mayor. ¿Y si sólo fue un gilipollas?