En España son los votantes los que escogen a su partido con la excepción de Ciudadanos, al que le gustaría poder escoger a sus electores. El problema es que los electores que le gustan a Ciudadanos están hoy en el PSOE mientras que aquellos votantes que han optado por Ciudadanos en el pasado están ahora en Vox (o en el PP y cerca de dar el salto a los de Santiago Abascal). Eso es lo que ocurrió en las elecciones generales de noviembre de 2019, en las autonómicas catalanas y en las de Castilla y León. Baja Ciudadanos y suben Vox y el PP. La correspondencia no es perfecta (como dice Mercutio en Twitter, los votantes no son ñus) pero el fenómeno ya se ha repetido tres veces y la muestra empieza a ser lo suficientemente representativa.
Como en cualquier trío sentimental, el papel más desagradecido aquí es para el único que no sabe leer su realidad. Porque Ciudadanos es un partido que se cree de centro, pero con votantes de derecha. Como consejo general, conviene querer a quien te quiere, no a quien querrías que te quisiera. Conviene también saber por qué te quieren, que no tiene que coincidir con aquello por lo que tú querrías que te quisieran.
Eso lo dijo una vez Carlos Herrera y tenía razón. Ciudadanos quiso cambiar de votantes a media carrera porque los suyos le daban asquito y el resultado está a la vista. Toni Roldán no manda nada en Ciudadanos, pero ha conseguido que media España identifique a los naranjas con el roldanismo más que con Inés Arrimadas. Preguntas hoy por la calle quién es el votante tipo de Ciudadanos y los españoles te describen a alguien muy parecido a Roldán: "Un tipo al que le gustaría ser ministro con el PSOE y más socialdemócrata que el más socialdemócrata de los socialdemócratas".
Lo digo con la autoridad que me da haber votado a Ciudadanos hasta la llegada a la política de Isabel Díaz Ayuso. Quizá Albert Rivera no lo haya dicho nunca, pero es 100% cierto que todo lo que quería ser Ciudadanos lo encarna hoy la presidenta de la Comunidad. Porque la Madrid libre, liberal y próspera de 2022 que atrae inversiones y talento y en la que a nadie le importa un carajo con quién te acuestes, qué pienses o de qué pueblo vienes no es otra que la España que prometía Ciudadanos. ¿Recuerdan aquella foto en la que Arrimadas, con los brazos cruzados, se niega a cantar el himno de los ultras catalanistas en el Parlamento regional? Arrimadas era la Ayuso original. Ella podría haber sido la primera presidenta de España. Pero todo se torció en 2019.
En eso, por cierto, el partido ha sido fiel a los intelectuales fundadores, que quisieron crearse un partido a su imagen y semejanza tras fantasear durante años con una supuesta masa de cientos de miles de catalanes silenciosos a la espera del advenimiento de la verdadera socialdemocracia. La buena, la fetén, no la del PSC.
El Ciudadanos de esos intelectuales era el oxímoron narcisista perfecto: un partido para masas exquisitas. Progresistas y un poquito liberales, pero no mucho. Nacionales, pero no nacionalistas. Universalistas, pero raciales y castizas. Un ciudadano prefabricado con configuración de fábrica no tuneable. Pero, sobre todo, alérgico a toda emocionalidad, tan mugrienta ella. Porque, ¿qué irrelevante papel juega la emocionalidad en la política? Bah.
Con el tiempo quedó claro que ese votante mitificado por Ciudadanos, una especie de Manuel Valls con una copia de Últimas tardes con Teresa en el bolsillo trasero del uniforme de la SEAT, no existía. Porque en la vida real, ese votante resultó ser Gabriel Rufián y votar a ERC, cuando no a Ada Colau. En cuanto al votante real, el que sí metía la papeleta de Ciudadanos en la urna, tenía una fea costumbre: ser de derechas de toda la vida de Dios y votar a los naranjas con la esperanza de que estos fueran más PP que el propio PP.
Yo sé por qué motivos he votado a Ciudadanos y esos motivos no han tenido nada que ver con exquisiteces centristas ni prístinos constitucionalismos ni bellas teorías de salón. Yo votaba a Arrimadas porque, como dijo una vez uno de los mejores políticos que quedan ahí dentro, Ciudadanos es un partido de derechas que no odia a los gais.
Yo voté a Ciudadanos, intuyo que como la inmensa mayoría de los 1.109.732 catalanes que en 2017 votamos a Inés Arrimadas, porque creí que era un partido nacional de derecha liberal no conservadora. No centro, sino derecha pura y dura. Y más que pura, dura. Yo no quería votar a un PSC ligeramente más aseado mientras me comía un cruasán de mantequilla Echiré en alguna cafetería de Pedralbes. Quería hardcore porque el nacionalismo estaba amenazando mis libertades civiles.
Y ese hueco lo llenó durante años Ciudadanos hasta que decidió abandonarlo en beneficio de Vox, que aceptó el regalo encantado, hizo manspreading en el trono que antes ocupaban los naranjas y le dio la vuelta a la receta original: conservadores antiliberales. Democristianos 2.0 en la era de la inmigración ilegal, las políticas identitarias, el neocantonalismo y el capitalismo moralista. Todas las trincheras que Ciudadanos debería bombardear hoy (como hace por cierto Ayuso).
Es decir, lo contrario, exactamente lo contrario, que ese PSC del que huían los fundadores de Ciudadanos. Y por eso los votantes de Ciudadanos están hoy en Vox o en el PP. Pero sobre todo en Ayuso.
Esto tiene muy mal remedio si Ciudadanos no asume que su espacio, el único que le queda, es ser lo que siempre ha sido para sus votantes: una derecha que no odia a los gais, pero que tampoco hace seguidismo de las políticas identitarias. Un Vox sin los frikismos. Y para eso, Ciudadanos debe entender que el centro no es un espacio ideológico, sino demoscópico: el centro es el consenso mayoritario en una sociedad concreta en un momento determinado.
El centro no era Adolfo Suárez. El centro PASÓ por Adolfo Suárez y Adolfo Suárez fue centro porque la sociedad española le votó mayoritariamente. Si la sociedad española hubiera pasado mayoritariamente por Manuel Fraga, el centro habría sido Manuel Fraga porque Manuel Fraga habría sido el consenso. Lo explica Daniel Dennet perfectamente aquí. El dulce no te gusta porque sea dulce: es dulce porque te gusta.
Y hoy sólo existen dos consensos ampliamente mayoritarios en España y los dos se definen por lo que no son, no por lo que son.
El primero es el consenso del no a la derecha y ahí reina hegemónico el PSOE. Y eso aunque el sanchismo sea ampliamente rechazado por muchos en la izquierda. Porque esos muchos, llegado el día de las elecciones, siguen votando al PSOE dado que la alternativa, inaceptable, es que gobierne la derecha. Es fácil de entender: odian más a la derecha que a Pedro Sánchez.
El segundo consenso es el del no a Pedro Sánchez. Este consenso lo monopolizaría Ayuso si fuera la presidenta del PP. Pero no lo es y por eso se lo disputan el PP y Vox, con ventaja clara para el segundo, que ha comprendido que la política española de 2022 no es la de 1996: a Vox no se le vota por su oposición al aborto o a la inmigración ilegal, sino porque ha prometido no dejar un solo cascote en pie de la obra de Pedro Sánchez (y de José Luis Rodríguez Zapatero).
Ciudadanos no ha entendido jamás que su votante tipo no eran Toni Roldán, Manuel Valls o Fernando Savater, sino Bertín Osborne, Belén Esteban y hasta Pablo Motos si este no hubiera sido ya captado por Ayuso. Por supuesto, son los segundos los que ganan elecciones, el verdadero centro. O uno de los dos centros que hay en España, el del no a Sánchez. Ciudadanos debería haber entendido ya que entre esos dos centros/consensos no hay un tercero a la espera de que ellos lo ocupen. Pero ahí siguen, sexándole el fascismo a sus votantes.