Por estas fechas, y si estás en España, la pandemia, la falta de vacunas en los países desfavorecidos y hasta la crisis de Ucrania previa a la guerra han sido temas desplazados por un puntual rifirrafe entre dos políticos del principal partido de la oposición. Otros fueron los días en los que cada telediario abría sus ediciones con las nuevas variantes del SARS-CoV-2 y las discusiones sobre qué medidas aplicar para paliar el contagio.
Poco o nada se comentaba entonces sobre el conflicto que puede desencadenar una Tercera Guerra Mundial en terreno europeo. Y, si vamos a la cuestión de la vacunación, nadie habla sobre la necesidad de proveer a África de vacunas e infraestructura para frenar la generación de nuevas variantes. ¡Donde se ponga un culebrón político que se quite lo demás!
Yo suelo ser más de lo importante y menos de lo urgente, pero no me he quedado al margen de semejante disputa. De hecho, he estado buscando una explicación científica a lo ocurrido entre estas dos personas que, supuestamente, deberían estar de acuerdo y admirarse.
Entonces he recordado un trabajo científico, recientemente publicado, que correlaciona la atracción entre personas con el estado de su sistema inmunológico. Es decir, de sus defensas. Muy a tono con la actualidad, momento en que el planeta ha tenido que aprender inmunología a marchas forzadas, dedico esta columna a buscar una explicación al desamor que han evidenciado Pablo Casado e Isabel Díaz Ayuso.
Partiendo de la premisa que debe haber algo durante los miles de años de evolución que ha sido consistentemente recompensado en nuestra elección de pareja, compañero de trabajo, de viaje, etcétera, un grupo de científicos de Texas ha estudiado si las personas nos sentimos atraídos por los rostros de quienes tienen mejor sistema inmunológico. O, lo que es lo mismo, por quienes son capaces de defenderse con eficiencia de las enfermedades.
Ya hace algún tiempo se dijo que en parejas heterosexuales las personas se sienten cautivadas por los olores corporales de quienes tienen mejor salud. Sin entrar en el crédito de estos trabajos, es interesante la ampliación que se ha realizado del tema llevándolo al terreno de la inmunología, que no la genética.
El experimento en cuestión se realizó con 159 hombres y mujeres cuya edad rondaba los veinte años. Todos posaron para fotografías profesionales en las que tuvieran expresiones faciales neutras, sin maquillaje ni joyas. A los participantes se les realizó un cuestionario con el objetivo de conocer su estado de salud y, analizando su sangre, se determinaron las principales funciones de sus defensas (el sistema inmunológico).
A continuación, reclutaron a otros 492 hombres y mujeres, con un promedio de veinticinco años. A estos últimos se les pidió que clasificaran veinticinco fotos seleccionadas al azar y, con independencia de su orientación sexual, puntuaran el atractivo de las personas del sexo opuesto.
Los resultados obtenidos fueron, cuando menos, interesantes. Se descubrió que las personas con calificaciones más altas también tenían tasas elevadas de fagocitosis. Esto quiere decir que sus células defensivas son más "voraces" al destruir agentes patógenos.
Otra conclusión que se desprende del análisis realizado indica que las mujeres encontraron más atractivos a los hombres con altos niveles de las llamadas células asesinas naturales o NK (del inglés Natural Killers). Estas células son esenciales para la defensa durante los procesos tumorales.
Sin embargo, los hombres encontraron menos interesantes a las mujeres con las NK elevadas. Quiero subrayar que en el estudio se evaluó la atracción no sólo como pareja, sino también para entablar una relación de otro tipo.
Muchas interrogantes surgen de estos resultados. De haber sido yo quien diseñara el experimento hubiese incluido una pléyade de otras variables para determinar la correlación entre la atracción y el estado del sistema inmunológico.
Los autores del estudio tampoco incluyeron la diversidad racial. Algo que, evidentemente, es una debilidad del análisis que impide extraer de él conclusiones globales.
Me resulta cautivadora la idea de corroborar si una persona cuya respuesta inmunológica empeore deja de ser clasificada como atractiva por desconocidos cuando anteriormente caía en el grupo mejor valorado. Por otra parte, no hubiese restringido la evaluación al sexo opuesto. Es un poco arcaico pensar en esos términos en los años veinte del siglo XXI.
De cualquier manera, el estudio científico me hizo pensar en la relación pimpinelesca entre Casado y Ayuso. ¿Habrán detectado cambios en la respuesta defensiva (inmunológica) el uno en la otra y viceversa?
¿Será esta disputa pública una manifestación de su incompatibilidad inmunológica?
Sé qué pregunta te estarás haciendo. ¿Está este columnista aprovechando, de forma un poco traída por los pelos, una noticia de actualidad para difundir algo de ciencia?
Sí.