El domingo pasado un suspiro de alivio recorrió Europa. ¿Por qué? Por la segunda vuelta de las elecciones presidenciales francesas. Ganó Emmanuel Macron, perdió Marine Le Pen. Todo en orden.
Se me ocurre una primera reflexión. No votaría a Le Pen. No es de derechas. No lo es su programa económico (un poco menos parecido al de Podemos que el que presentó en 2017, pero en absoluto de derechas), ni los valores que defiende y, sobre todo, los que no defiende.
Pero al margen de mis preferencias, me inquieta el sesgo simplista de muchos de los análisis tanto previos como posteriores a las elecciones, por cuanto creo que soslayan el verdadero debate que debe producirse en Francia y en Europa.
Racismo, antisemitismo, populismo (por citar sólo algunos de los atributos con los que se define a Le Pen). ¿Quién dice que eso deba ser de derechas? ¿Acaso no lo ha habido tradicionalmente en la izquierda? ¿No lo hay (particularmente lo primero) en partidos nacionalistas con representación parlamentaria?
Antieuropeísmo. Ojo con limitar la visión de Europa a la que se dicta desde Bruselas. No se me ocurre mejor manera de alimentar el sentimiento antieuropeo que imponer un único modelo de Europa.
¿Afín a Vladimir Putin? En España, por cierto, estamos para dar pocas lecciones. Partidarios de Putin los tenemos en el Gobierno y en la Comisión de Secretos Oficiales. En plena guerra. Eso sí debería preocuparnos, y mucho.
Las etiquetas con las que se define al “monstruo” y que se proyectan en otros dirigentes y a otros partidos del resto de Europa, ya se ve que están produciendo el efecto contrario del deseado.
Empeñarse en insistir en una entente maléfica en la que se engloban partidos de muy distinto signo, perfil muy variado y contextos históricos nacionales absolutamente diversos, puede que simplifique la labor de periodistas perezosos, poco atentos al matiz o temerosos de salirse de lo que en cada momento toca. O puede que haga más fácil la descalificación entre políticos carentes de argumentos.
Pero cuando se sobreactúa, los adjetivos pierden su efecto y, lo que hoy asusta, mañana se confunde con el paisaje. Al final, se hace normal votar cualquier cosa.
Lo mismo ocurre cuando se desprecia a los ciudadanos, cuando se minimiza o se niega la situación que subyace tras una movilización, una queja o una reivindicación y la única respuesta es la versión moderna de “todo para el pueblo sin el pueblo”. Alguien habrá que se haga eco del problema y lleve el argumento al extremo.
La realidad es que lo que llegó a la segunda vuelta de las presidenciales francesas fue una plataforma personal (que hay quien pretende de centro, quizás porque al centro se le puede atribuir cualquier cosa) enfrentada a un movimiento populista que lo mismo se alimenta de la derecha que de la izquierda. Una anomalía.
¿Dónde estaban las formaciones reconocibles? ¿Dónde los catorce millones de franceses con derecho a voto que no acudieron a las urnas? Republicanos y socialistas, sobre todo estos últimos, se han quedado en una irrelevancia que no les permite ni hacer frente a sus gastos electorales.
Las elecciones de 2017 ya marcaron una tendencia que nadie se ha ocupado de corregir.
Por referirme sólo a la derecha, en esas elecciones la orfandad de los votantes se hizo patente: quienes habían aupado a François Fillon en las primarias de los republicanos desde el movimiento La Manif Pour Tous, en la segunda vuelta de esas elecciones no quisieron votar a Le Pen porque no representaba los valores de la derecha, pero tampoco a Macron.
En las presidenciales de 2017, que François Fillon no superase el primer corte, a pesar de las expectativas generadas tras las primarias, se debió a un escándalo destapado en plenas elecciones. En el caso de Valérie Pécresse, la candidata de los Republicanos de 2022, simplemente sus electores no se han visto reconocidos ni ella ni en su partido y la mayoría se han quedado, otra vez, en casa.
En cuanto a la izquierda, no sólo ha desaparecido el Partido Socialista, sino que la primera opción de la mayoría de ese espectro ideológico han sido los extremos.
El domingo ganó Macron. Yo rebajaría el entusiasmo.