Cuando hablamos de progreso se torna difícil establecer una medida sólida que nos permita evaluar el punto en el que estamos. Esto ocurre porque nuestra única referencia es la propia historia de la humanidad. Hoy podemos decir que la civilización ha avanzado con respecto a lo que éramos en el Medioevo, cuando la Revolución francesa o en 1945. Sin embargo, no tenemos un punto de comparación externo. Decimos que Europa y América del Norte son más desarrollados que África por la existencia de parámetros medibles y la subsecuente comparación. Pero ¿y como civilización?

Barcos petroleros en Nantong, en la provincia de Jiangsu, China.

Barcos petroleros en Nantong, en la provincia de Jiangsu, China. Reuters

 

En esta época en que, a pesar haber avanzado en la erradicación del hambre y la miseria extrema en comparación, se augura un retroceso debido a la proliferación de nacionalismos, extremismos de colores variados, guerras inconcebibles y violencia digital, es quizá conveniente evaluarnos como especie, medir nuestro alcance y, fundamentalmente, reconocer el camino por recorrer. 

Conversando recientemente sobre el tema con Carlos Castañeda, un cibernético y polímata afincado en Kansas City, recordamos aquella escala que propuso el astrofísico ruso Nikolai Kardashev en 1964 para medir el progreso de una civilización. 

De entre todas las variables posibles a tener en cuenta, Kardashev escogió el consumo de energía y la capacidad de su obtención como parámetro de desarrollo. En vez de centrarnos en elementos tan específicos como el crecimiento de la población, el ascenso y la caída de los imperios o incluso la capacidad tecnológica para movernos, el quid de la cuestión está en la energía. 

A medida que la humanidad se ha extendido y avanzado, la capacidad para aprovechar la energía ha devenido una de nuestras habilidades más útiles. Parece ser evidente que el consumo energético de una especie es una buena medida aproximada de su destreza tecnológica. 

Según la escala creada por el astrofísico, las civilizaciones se clasifican en tres tipos: planetarias, estelares y galácticas. Una especie de tipo I es capaz de captar y consumir la energía en una escala igual a la cantidad que llega a su planeta de origen. Las especies de tipo II aprovechan la energía en la escala de su estrella de origen, y las de tipo III pueden beneficiarse de toda la energía de la galaxia en las que están. 

Posteriormente se añadieron los tipos IV y V. Además, el divulgador Carl Sagan sugirió que la escala fuera continua. Cuanta más energía sea posible utilizar, mayores serán los desafíos que se puede plantear la civilización e, incluso, mayor será la protección que puede tener frente a catástrofes naturales como el choque del planeta contra un cuerpo celeste errante o la ocurrencia de fenómenos sísmicos.  

Probablemente te haya picado la curiosidad y te preguntes: ¿qué tipo de civilización somos? Quizá la respuesta te decepcione, pero un bañito de realidad es, de vez en cuando, conveniente. 

A pesar de que los humanos usamos una enorme cantidad de energía, no llegamos ni siquiera a calificarnos como una civilización de tipo I. Comparando lo que nos llega con lo que aprovechamos, aún estamos en tipo 0. En el caso de que usemos la escala continúa de Sagan, nos situamos en un 0.73. Recordemos que por mucho Twitter e Instagram que utilicemos, no dejamos de ser un grupo de primates que hemos evolucionado. 

Actualmente, las fuentes primarias de energía son los combustibles fósiles, la nuclear y un conjunto que llamamos renovables. Para llegar a ser una civilización de tipo I se tendrían que optimizar los procesos de obtención y almacenamiento de energía, objetivo que podría ser logrado si le damos prioridad. 

Mas, ¡cuidado! Ya sabemos que la quema de los combustibles fósiles nos está llevando a un cambio climático y hay que tener en cuenta que para convertirnos en una civilización tipo I debemos seguir existiendo, como premisa.  

De acuerdo con un estudio reciente sobre las limitaciones de las fuentes energéticas que usamos se calcula que, evitando una crisis ecológica, es posible que la humanidad alcance un nivel I en 2371.

Sin embargo, como a mí quizá te ronde una duda. ¿Es estrictamente necesario el aumento de consumo energético para realizar un salto importante en el desarrollo? Puede estar claro que los modernos procesos industriales, los desplazamientos, el tráfico de información, etcétera, cada día demandan más gasto energético.

Sin embargo, también es cierto que estamos asistiendo a avances en el campo de la computación donde el consumo de energía se optimiza e incluso se reduce sensiblemente. 

¿Y por qué hoy te hablo de esto si se supone que una columna ha de estar sujeta a la actualidad? La guerra de Ucrania ha evidenciado nuestras carencias energéticas, el auge de movimientos a favor y en contra de la energía nuclear hace tambalear la calefacción en invierno y la extracción de energía de elementos fosilizados nos está llevando a una crisis climática, por citar algunos ejemplos de actualidad. 

Es probable que como especie logremos aplanar el uso de la energía sin menoscabar el avance tecnológico que nos permita evolucionar a esas civilizaciones imaginadas en las que se dominan los eventos naturales, se colonicen planetas ignotos y, por qué no, entremos en contactos con otras civilizaciones. Ojalá así sea.