Dice el hijo de la líder de Infancia Libre que le da miedo su madre. A punto de que la Fiscalía indulte a María Sevilla (la mujer que secuestró a su hijo y que indujo a otras a hacer lo mismo), el niño cuenta que con ella vivía como en una cárcel y que lo único que buscaba su madre era hacer daño a su padre. Esa mujer, a la que su hijo teme, acudió al pleno del Senado el 7 de marzo de 2017, invitada por Podemos.
Una semana más tarde, ese modelo de madre para los podemitas comparecía en la Comisión de Derechos de la Infancia y Adolescencia del Congreso para dar cuenta de los casos de abusos de padres sobre sus hijos con los que se estaba encontrando su asociación. Le acompañaban otras tres mujeres que fueron después detenidas e investigadas por denunciar falsamente a los padres de sus hijos de haber abusado sexualmente de estos.
La Policía Nacional llegó a acusar a Infancia Libre de organización criminal.
María Sevilla no ha pedido disculpas por el secuestro de su hijo y, como los separatistas, dice que lo volvería a hacer. Así que su hijo tiene motivos para sentir miedo y me temo que la Fiscalía no los tiene para concederle el indulto, aunque sea parcial.
Tampoco ha pedido perdón Irene Montero. Y eso que hubiese bastado con decir que había sido engañada por Infancia Libre y por su presidenta, y que deploraba la situación que había vivido ese niño. Pero no. Deduzco que para ella, el fin justificaba los medios. ¿El niño? Daño colateral.
Ese es en el fondo el modelo de maternidad de Podemos y lo poco que les importa el maltrato o el abuso a menores, a no ser que sirva para criminalizar a un padre. Lo han demostrado con su nulo interés en investigar y atajar la situación de las menores abusadas en Baleares bajo tutela de la Administración, y lo demuestran amparando el secuestro y utilización de niños como arma arrojadiza contra sus padres.
Esa misma displicencia sobre seres humanos que no pueden defenderse, junto con la negativa a considerar al no nacido como algo más que un molesto pólipo o mioma alojado en una cavidad uterina, hace que en la misma ley en que se trata el precio de los tampones, las copas menstruales o los anillos, se pretenda blindar el aborto como derecho.
En el mismo proyecto de ley se prohíben también los vientres de alquiler, lo cual me parece bien. Pero, siendo coherentes, si esa práctica se considera reproductiva, y si además comporta la compraventa de seres humanos, habrá que preguntarse por qué si media una compensación económica hablamos de maternidad y de bebés, y si lo hacemos sobre el aborto, no.
O por qué se contempla una baja por duelo perinatal en caso de aborto espontáneo, pero si el aborto es voluntario, la única medida prevista es el silencio. Como si fuese la voluntad de la madre la que determinase quién tiene derecho a ser considerado un ser humano digno de duelo y baja laboral, y quién no. O como si hubiese embarazadas de primera y embarazadas de segunda.
Sobre la posibilidad de que las niñas de dieciséis años puedan abortar sin el permiso paterno ya se dijo todo lo que debía decirse cuando se aprobó la infame Ley Aído. En cualquier caso, si la voluntad de los padres no vale nada cuando un niño quiere cambiar de sexo, era obvio que tampoco les iba a importar a las podemitas la opinión de quienes tienen la obligación de cuidar a sus hijas, si estas deciden abortar. En este caso, no se les puede negar la coherencia.
En cuanto a las bajas laborales en caso de reglas dolorosas, ¿no habíamos quedado en que no se debía patologizar la condición femenina? ¿No es acaso ser mujer un constructo meramente cultural? ¿Qué pinta entonces la dichosa biología?
Los anticonceptivos hormonales serán gratuitos para las mujeres. A los hombres, se les repartirán condones y se fomentará que usen métodos anticonceptivos.
Es decir, siguiendo con esta inexplicable lógica feminista, la mujer seguirá siendo la que se lleve la peor parte, bien porque se infle a hormonas o porque aborte, y en cambio, la responsabilidad masculina, dependerá (como lleva ocurriendo desde hace siglos) de su santa voluntad.