Andalucía es un termómetro político del nuevo PP, lo que hace a Juanma Moreno Bonilla estar bajo el foco en relación con Alberto Núñez Feijóo. Hay algunos interrogantes en el aire de la política española, entre ellos el factor Yolanda Díaz, que siembra dudas en el PSOE. Yolanda, nombre de canción, es víctima de los celos de Unidas Podemos. Y aunque Pedro Sánchez cante con Pablo Milanés "si me faltaras, no voy a morirme", esa es la cuestión.
En pocos años, no sólo ha habido una pandemia, sino que un huracán político ha atravesado España. Y la nueva política es historia tras la devastación. Hoy, Albert Rivera y Pablo Iglesias, dos árboles caídos, podrían pasar desapercibidos en mitad de la calle masificada tras la nueva normalidad. La inercia ha ido talando dirigentes hasta decapitar al propio PP en el caso Casado vs. Ayuso.
Lo que ha pasado en la política española es un obituario de mitos para tesis doctoral. Cuando Rivera era el mesías, amenazaba con dar un sorpaso al bipartidismo y llegar a la Moncloa. Habiendo dado sin querer con la fórmula de oro, aquel Abrazo de Juan Genovés que le iba a hacer vicepresidente con Sánchez en febrero de 2016, no soportó la presión y acabó posando con Casado y Santiago Abascal en la plaza de Colón tres años más tarde.
Esa foto contiene una maldición. Rivera se hizo el harakiri tras las elecciones de noviembre de 2019, y Casado se apeó del PP a los seis años justos, en febrero de 2022. Queda en pie Abascal, con su caballo de Troya en Castilla y León, y la mirada clavada en Bonilla, acechante como un lobo.
[La declaración del Día del Orgullo, en el aire por la negativa de Vox y las dudas del PP]
Toda aquella conurbación de Ciudadanos y el PSOE de hace seis años para forjar un gobierno de centro progresista vuelve al lugar del crimen, la búsqueda de un gobierno sólido en tiempos de inflación, pospandemia y guerra. Ahí es nada. Este escenario no dista mucho del que habrá el día que se convoquen elecciones generales. A Sánchez le asaltan las dudas, sin socios leales, viendo dubitar a Yolanda: "Si alguna vez me siento derrotado, renuncio a ver el sol cada mañana".
Cuando en 2019 dijo adiós Albert Rivera, enterrando la enésima resurrección de UCD, nos quedaba por ver el golpe de Estado de Donald Trump (el asalto al Capitolio de enero de 2021) que hizo tambalearse a la democracia más poderosa del planeta, y faltaba por hacerse realidad el apocalipsis de coronavirus que aún sigue coleando. Rivera fue un anticipo de la falta de pilares en que nos movíamos.
La marcha de Pablo Iglesias ("dejo la política, ya no sumo") en mayo de 2021 era más una precuela con la demolición de las viejas costumbres, como darnos la mano o el susodicho abrazo, arrasados por la distancia de seguridad, y ya no digamos los besos clausurados por la mascarilla hasta el otro día.
Lo del coletas era presumible, pero fue traumático para una izquierda teológica que predicaba la nueva política como Yahveh la tierra prometida en el monte Sinaí. Sánchez fue perdiendo cobertura y más tarde su móvil dejó de sonar por temor a que siguiera pinchado por el Pegasus marroquí. La consabida soledad de la Moncloa.
Sin embargo, lo de Casado rompió moldes. No era Julio César, sino Antonio Hernández Mancha. Hoy, la refundación del PP a cargo de Feijóo echa raíces en Andalucía. Y en la cuenta atrás de la agenda del gallego está medir los tiempos. Abrazarse a Abascal o abrazarse a Sánchez a falta del veredicto de las urnas.
Tentado por Vox, ha de apostar a una alianza que le lleve a la Moncloa o dar una oportunidad a la socialdemocracia a la manera de Angela Merkel. Sin Rivera, Iglesias ni Casado, compiten Sánchez, Feijóo y Abascal. Sólo caben dos parejas de baile entre los tres, sin menoscabo de la vicepresidenta Díaz. Por eso Sánchez pone en el coche una y otra vez la canción de amor del cantautor cubano: "Yolanda, eternamente Yolanda".