Hay defensas que son peores que una condena. Que insistan en que José Antonio Griñán "no se ha quedado nada", por ejemplo, es una falsedad que, aunque a él puede salvarle el honor o el ego, pervierte todo el sistema ideológico y político del PSOE andaluz. Porque el subsidio es compraventa de votos y lealtades. Y de eso, y no sólo de pan, vivieron Manuel Chaves, Griñán y el PSOE, andaluz y no tanto, todos estos años.
Esto de no quedarse nada a excepción del poder y de todo lo demás es en sí mismo una parodia tanto del socialista generoso como del andaluz subsidiado como de la socialdemocracia redistributiva toda ella.
Es lógico que ante la magnitud de la tragedia, ante la profundidad de la corrupción de quienes "no se han quedado nada" y las terribles consecuencias morales, electorales y laborales de tantos, se agarren como un clavo ardiendo a sus mejores intenciones, a lo triste que está y al siempre saludaba.
Y si la corrupción andaluza desmonta y ridiculiza las esencias del socialismo andaluz, la presunta corrupción de Laura Borràs hace lo mismo con las de la política catalana en general y de JuntsxCat en particular. Incluso, digo, en su condición de presunta.
Porque la política catalana ha quedado reducida a dos cosas y una excusa: la defensa de la lengua y la cultura, y la conservación y reparto de cargos y prebendas excusándose en la independencia y la lucha contra la represión española. Excusa según la cual en Cataluña el poder no se ejerce, sino que sólo se sufre.
El juicio a Borràs, se diría que independientemente de la sentencia, pone en duda todo el montaje porque la corrupción es, en sí misma, power signaling, por decirlo en un palabro técnico. Y porque uno sólo puede fraccionar contratos cuando tiene pasta que repartir y poder para decidir.
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Y esto, ahora, es ya motivo de vergüenza para las fuerzas derrotadas y cautivas del independentismo de verdad que sacan toda su legitimidad y todo su descaro retórico de su condición de víctimas represaliadas.
Que se hiciese en nombre de la cultura catalana, desde la Institució de les Lletres Catalanes, sería el primero de los chistes. Pero no el más malo, porque al fin cada uno se corrompe desde el poder que tiene.
Y porque, en Cataluña, el poder es ya una vergüenza más grande que la corrupción.
Pero a Borràs le encanta el poder. Algunos pensaron que lo suyo era sólo voluntad de cámara, de salir siempre en la foto y ocupando todo el centro. Pero tras esta frívola tendencia a colarse hasta en los selfis de los japoneses se esconde, parece, una voluntad de poder que es cada vez más incómoda para propios y extraños.
Borràs no encuentra defensa ni aliados porque ya tanto sus virtudes como sus defectos desnudan a su partido, a su Gobierno, a su Parlamento y a su cargo.
Tanto su presunta corrupción como su voluntad de poder desnudan a un partido centrado en disimular que no quiere el poder porque no quiere la responsabilidad de tener que estar a la altura de sus vacuas proclamas. Y a un sistema centrado en la gestión, que no necesita de la corrupción porque ya tiene un control casi absoluto de las cuentas, las instituciones, los silencios y los favores.
"Los que me quieren muerta, me tendrán que matar y ensuciarse las manos", ha declarado Borràs, cesarista. Estas palabras son algo insólito en el oasis catalán postsentencia.
Por eso, a falta de brutos que se atrevan, los partidos se han puesto a hacer lo que tan bien saben, que es negociar que la todavía presidenta del Parlament pueda llegar a cobrar, la pobre, la pensión de jubilación que corresponde a tan honorífico cargo.
Sería la gran broma final, si tuviera gracia. Y si todo este paripé pudiese tener fin.