Volvemos a Águilas doce años después. La última vez que estuvimos aún gobernaba Zapatero y 'La Roja' –que no es la novia de Isco– no había ganado ningún mundial.
El pueblo de Paco Rabal está en fiestas y, como media España, celebra junto a la orilla del mar. Hay tanta gente en la costa, más que nunca, de Isla Canela hasta San Juan de los Terreros, que da la impresión de que si saltáramos todos coordinadamente, los del litoral Cantábrico saldrían catapultados como los romanos de Astérix.
Aquí, en esta Murcia andaluza o Andalucía murciana, empieza o acaba el levante español, por lo que gustan de los fuegos de artificio y las terminaciones en "ico", que se extienden durante media hora –los fuegos–.
Llegamos hasta Águilas, la cuna de Juan Soto Ivars, bordeando por la costa desde Granada por el inenarrable Cabo de Gata.
Hacemos parada en San José para dar buena cuenta de dos exquisiteces autóctonas: la gamba roja de Garrucha y el gallopedro. Nos alivia moralmente que Nieves Concostrina haga lo propio en la mesa paredaña.
Coronamos la comida con un americano, aquel bebedizo local que tan famoso se hizo fuera de las fronteras almerienses, tras la escena de Érase una vez en Hollywood, de Tarantino, cuando Di Caprio y Brad Pitt se bajan un par de ellos en un colmao' del desierto de Tabernas.
Saliendo del Parque Natural de Níjar, tiene uno cierto reparo en hacer un alto en Mojácar no vaya a cruzarse en un chiringo a un tal Pedro y una tal Begoña. Mejor no tentar la suerte.
Aunque sí es ineludible, pasando Carboneras –donde se rodaron escenas de Lawrence de Arabia–, toparse con aquel polémico atentado contra la naturaleza: el que iba a ser el hotel Algarrobico.
El recuerdo a Fraga y su bañador sobaquero se expande como el abdomen de Laporta al pasar por Palomares. Por cierto, que uno de los héroes locales aguileños es Francisco Simó Ors –aka Paco el de la Bomba–, aquel humilde marinero que impuso su intuición y sapiencia levantina a toda la tecnología norteamericana para encontrar la cuarta bomba nuclear del famoso desastre aéreo en la España tardofranquista.
Unos kilómetros más hacia Murcia y estamos en Villaricos (Cuevas del Almanzora), tierra natal de Carlos Herrera. Hay que apearse en Pepe 'el Tiburón' aunque sólo sea por saludar.
Pese a que para los sevillanos, el litoral andaluz termine antes –"Para mí El Arenal llega desde Ayamonte hasta Mojácar", dijo, como ejemplo, Antonio Burgos en su nombramiento como hijo predilecto de Andalucía–, en San Juan de Los Terreros, municipio de Pulpí, aún estamos en Almería.
Franqueamos la frontera y un cartelón de Estrella Levante y un aire que silba con el acento de Rosa Belmonte nos anuncia que nos encontramos en la coqueta localidad de Águilas. Aquí, durante la noche, el clima humedísimo no baja de los 27 grados para solaz del sanchismo.
Al amanecer caminamos hasta Calabardina, con su embarcadero ferroviario inglés, y atracamos donde Las cuatro plumas. ¿Se acuerdan?
Sí, hombre, aquella suerte de comuna de cuatro periodistas que a partir de los años sesenta fijaron aquí su residencia estival y dinamizaron la vida cultural del lugar:
Jesús de la Serna, a la sazón presidente de la APM y de la FAPE; Salvador Jiménez López, que fue corresponsal de ABC en París.
El legendario Miguel Ors, periodista deportivo en TVE, subdirector de los diarios Pueblo y El Imparcial, y columnista de ABC y de La Razón; y Miguel Pérez Calderón, quien fuera redactor jefe y director de informativos de TVE.
Aunque, claro, hablar de Águilas es hacerlo de su hijo más ilustre: Paco Rabal, nacido en Cuesta del Gos, una pedanía encajonada entre dos cerros que dista unos ocho kilómetros del centro del pueblo.
También Juan Soto Ivars –nuestro Salman Rushdie de Twitter–, compañero columnista de El Confidencial, echó los dientes en esta linde murciano-andaluza. Él habla de su yayo Juanico, pescador local, con mucho cariño en 'Un abuelo rojo y un abuelo facha'.
Ah, no les he contado la motivación por la que retornamos a esta tierra: y es que nuestro padre sube a la sexta planta, o sea, que cumple sesenta años. Para la ocasión le regalo un ensayo sobre 'El caso Pemán' y leo que el autor abre con unos versos de Juncal (Rabal) al Séneca (Pemán) que dicen así:
Yo le quise a Pemán por liberal, / Por su oratoria ágil, su escritura, / Por su enorme bondad, por su ternura, / Por su generosidad, por su leal / Entrega a sus ideas, por su cordura, / Por su gracia andaluza, por su sal, /
Porque le dio una mano a Paco Umbral, / Al dramaturgo Sastre, a la cultura. / Fui su Edipo, su Tyestes, Marco Antonio, / Y me puso de pie en el escenario, / Y soy de sus virtudes, testimonio. / No quiero ver pasar su centenario, / Pues siendo yo de izquierdas, «un demonio», / Él me abrazó rabioso y solidario.
En fin, les animo a cruzar las fronteras.