Estamos encerrados en el Paraninfo de La Magdalena, en Santander. Somos unos pocos periodistas. Creo que no llegamos a la decena. En el escenario, el filósofo más leído de nuestro tiempo, que ha exigido a su anfitriona, la Universidad Internacional Menéndez Pelayo, que expulse de la sala a todo el que no disponga de carné de informador.
Incluso la vicerrectora, que pensaba hacer de maestra de ceremonias, ha tenido que abandonar el escenario y marcharse. Hacía mucho tiempo que no sentía una compasión tan verdadera. La sonrisa de la vicerrectora al descender los peldaños era la mejor sonrisa de mi madre. ¿Cómo se puede expulsar a alguien que sonríe así? ¿Cuántos libros hace falta vender para cruzar esa frontera?
Byung-Chul Han, filósofo de venta millonaria en los cinco continentes, nos va escrutando uno a uno. Nos desnuda con ojo de Gran Hermano. Creo que me veo en calzoncillos en el reflejo de sus ojos rasgados. Nos pide que nos identifiquemos. Algunos titubeamos como titubean en la puerta de la discoteca quienes no han cumplido los 18.
De pronto, establece un segundo requisito para participar de esta especie de diálogo privilegiado que va a comenzar: no basta con ser periodista, debe haberse escuchado la conferencia previa. Una hora y media de alemán con traducción simultánea.
[Byung-Chul Han: "Putin es uno de los políticos que más filosofía ha leído"]
Algo raro sucede. Hemos sido más de trescientos durante la charla. Se ha quedado gente fuera. Santander, lo supo bien Alfonso XIII, es el paradigma del hedonismo veraniego. Clima, playas y pescado. El otro día me enteré por Revilla de que hacen un "buen vino blanco". Pero nos hemos encerrado en el Paraninfo para escuchar a un filósofo.
Antes que nada, un retrato del protagonista. Byung-Chul Han estudió Metalurgia en su país, Corea del Sur. La carrera se la eligieron sus mayores. Allí, a los ancianos se les venera ancestralmente. Él quería estudiar literatura alemana y se vino de extranjis a Europa. Al no hablar ni una palabra de alemán, pensó algo así como "me pongo con la Filosofía, que no hace falta leer tan rápido". Lo dijo en una de las poquísimas entrevistas que concede.
Hasta hoy. Hasta esta tarde, cuando sale al escenario a lomos de un éxito masivo. A mí (perdonen la superficialidad tratándose de un filósofo) me deja planchado su melena negro azabache. ¡62 años y ni una sola cana! Me recuerda, aunque a la inversa, a Joselu, un chaval que jugaba en los Agustinos y que, supuestamente, tenía doce años, como nosotros. Nos sacaba dos cabezas y nos metía siete goles por partido.
El profesor Han ha cosechado últimamente un ejército de críticos. No puedo opinar con demasiado juicio. Le acusan de venir reciclando las mismas ideas desde que lo petó con su Sociedad del cansancio. Yo sólo he leído lo último, Infocracia (Taurus, 2022), y debo decir que me ha gustado.
Han, en la línea de Marx primero y de Foucault después, concibe al filósofo como una especie de periodista encargado de diseccionar el presente. Han, igual que Houellebecq en la novela, ha alcanzado el éxito por acertar con sus objetos de estudio: el narcisismo, la dictadura del smartphone o la muerte de la verdad.
En Han, deduzco esta misma tarde, hay algo de espectáculo. Es como un Paco Umbral en la otra orilla. Aunque alejado del histrionismo, protagoniza un espectáculo digno de ver. Dice tener móvil sólo para estudiar sus plantas y se toma varios minutos de silencio para responder a cada pregunta. Me da la sensación de que exhibe que está pensando, aunque lo hace de verdad. Porque dispara con bala.
[¿De quién es la culpa, Byung-Chul Han?]
Vamos ya con lo que nos cuenta Han, lo que voy anotando apresuradamente en la libreta. Lo trufaré con algunos subrayados de su último libro. En el "régimen de la información" imperante, los algoritmos y la inteligencia artificial "determinan de modo decisivo los procesos sociales, políticos y económicos". Dicho de otra manera, ya no importan tanto los medios de producción como la cantidad de información que se maneja.
Todos esos datos (véase los recabados por Facebook, Google y empresas similares) permiten a sus propietarios un ejercicio de poder inconmensurable, el "control y el pronóstico del comportamiento de una persona". Algunos de ustedes pensarán que esta es una afirmación apocalíptica, pero nada más lejos de la realidad. Estamos cediendo privacidad a una velocidad pasmosa en redes sociales, en nuestras compras online, en los aspiradores automáticos…
La gran paradoja de todo este asunto (y este es el punto clave de los libros de Han) anida en la gran libertad que siente el hombre adicto. Es un hombre estrechamente vigilado por los datos que regala, pero es, por encima de todo, un hombre adicto que se siente libre. Y, como bien dice Han, los adictos no se rebelan. Están anestesiados. En este instante, le mete un rejonazo a Zuckerberg:
–Su nombre significa 'montaña de azúcar'. Se presenta como un filántropo, pero ha convertido al ser humano en una criatura viciosa.
Es interesante la metáfora de la cárcel. En los antiguos regímenes totalitarios, eran la fuerza y la vigilancia física las que garantizaban el control del ciudadano. En esta era de la "infocracia", sucede al revés: el propio ciudadano, sintiéndose más libre que nunca, es quien se mete en la cárcel por su propio pie mediante el regalo de los datos. "Esa sensación de libertad garantiza la dominación". A Han le falta decir, y no es baladí, que aunque ambos formatos atañen a la libertad, el actual no se cobra vidas humanas.
Me gusta el ejemplo literario elegido por Han. La dictadura tradicional es la de Orwell en 1984: el dolor y la tortura atrapan al ciudadano. En la "infocracia" de Aldous Huxley, son el entretenimiento y el placer los ingredientes para lograr ese mismo fin.
Cuando el hombre no es libre, puede encontrar ayuda en el otro. Esto tan básico, recogido ya en los evangelios, ha dejado de ser una salida. El "bucle del ego permanente", la "necesidad de mostrarse y reafirmarse continuamente", desata la desaparición del prójimo. Además, la mencionada inteligencia artificial se ocupa de darnos lo que nos gusta, lo que probablemente consumamos. Nos da, en definitiva, más de nosotros mismos.
Ha llegado, dice Han, un "nuevo nihilismo". Ya no tiene que ver con el "Dios ha muerto" de Nietzsche, ni siquiera con la decadencia de las ideas de Occidente, sino con una información masiva que circula "desconectada de la realidad". La verdad, ese infalible "regulador social", ha desaparecido. Proliferan las teorías de la conspiración, los políticos mienten sin saberlo. Lo fáctico se hunde en la irrelevancia.
De todo esto nos habla Han, un diagnóstico certero. Pero, ¿cuáles son las causas? El filósofo sitúa la más importante en la "sociedad neoliberal", donde la vida en comunidad se ha resquebrajado hasta tornarse meramente "relación contractual". Han (y esto significa que se halla fascinado por el ejemplo de Trump y que no ha venido mucho a España) añade, además, que la derecha tiene más culpa debido a su obsesión "por tribalizar la sociedad".
Por eso se me ocurre, ¿y si Han montara un gran partido de izquierdas? Su discurso suena nuevo. O por lo menos está atado al presente e intenta responder a las grandes preguntas de nuestro tiempo. Incluso sin compartirlo, no se le puede negar la capacidad de epatar, su efectismo. La izquierda española, en cambio, se ha quedado en Azaña, la tricolor y la filosofía de Gramsci. No siguen el consejo de Gabriel Celaya, que decía aquello de "no demos cuerda al recuerdo".
¿Qué pasaría si, de repente, un movimiento de izquierdas empezara a incluir en el debate este tipo de temas? Argumentos contundentes no le faltarían. ¿Qué pasaría si el tiempo dedicado a Franco se traspasara al estudio de este presente-futuro tan complejo?
Cuando desconecto de lo que Han nos dice (porque es agosto y hace mucho calor) fantaseo con esta idea. También intento estudiarla desde el punto de vista de alguien tentado de emprenderla. Descolocaría a la derecha, desactivaría el nacionalismo y reunificaría a buena parte del electorado de izquierdas.
Es un filósofo surcoreano que habla en alemán. En agosto y en Santander. Se ha reventado el auditorio. El caldo de cultivo existe. Los movimientos transversales comienzan en lugares como este. Lo digo sin haber bebido. Voy a tomarme algo en cuanto termine este artí… ¡Camarero!